Adiós a un fantasma

La última vez que volvió a parecer Doña Lola en mis recuerdos, fue cuando vi en televisión una noticia de Turquía donde una gata llevó a sus crías enfermas a una clínica veterinaria. Era enternecedor ver cómo la gata, de color amarillo, entra a la clínica toda decidida, maullando y buscando ayuda humana para sus tres gatitos pequeños que tenían una infección ocular y que afortunadamente fueron curados por los veterinarios. Al terminar de ver la noticia tuve sentimientos de dolor y rencor en contra de Doña Lola, la mujer que me dio la vida, pero un día decidió no incluirme en la suya. Esa fue una de tantas veces, desde que era niña, donde aparecía en mis pensamientos la eterna pregunta de por qué Doña Lola decidió abandonarme. Es una sensación dolorosa sentirse huérfana y saber que tu madre está viva. Y dolía más el saber que un animal tiene ese instinto sobreprotector y a uno simplemente lo abandonaron. Al paso del tiempo, aprendes a vivir así, intentas seguir adelante y te vas haciendo más fuerte y cada día va doliendo menos. En una de las tantas apariciones de Doña Lola por mis pensamientos pude entender las razones por las que yo rehuía tener hijos. El porqué de romper las relaciones que parecían ir por buen camino para formar una familia. Mis técnicas de auto sabotaje eran sorprendentes, pero tenían que ver con ese abandono de Doña Lola.

Pero ahora he vuelto a recordarla, porque he presenciado mi primer festival de Día de las Madres. La escuela está fastuosamente ador­nada para la ocasión y en el sonido ambiental suena la eterna canción de todos los años que tanto me dolía cuando era niña:

“A ti que me diste tu vida, tu amor y tu espacio

A ti que cargaste en tu vientre dolor y cansancio

A ti que peleaste con uñas y dientes

Valiente en tu casa y en cualquier lugar

A ti, rosa fresca de abril…”

Ahora ya no me quiebro como antes, ahora siento alegría por ver a Eduardo, mi hijo, nervioso desde su salón listo para salir a bailar.

En uno de los números del festival apareció una niña con una pequeña historia donde decía que en una de las clases la maestra les había preguntado qué hace una mamá y ella escuchó lo que todos decían: “Mi madre cocina, Mi Ma me cuenta cuentos antes de dormir, Mamá me ama, Mamá me peina y entonces dejé de pensar en mi madre que había fallecido y supe que mi Papá hacía esas funciones y por eso quise invitarlo a este festival y decirle que es el mejor mamá papá del mundo”.

Pude ver a su padre resistiendo las ganas de quebrarse en llanto y derramar lágrimas.

Y quise correr a abrazar a mi padre Alfredo, que era como ese súper héroe que contaba la pequeña Laurita, siempre hablamos de esas madres que se quedan solas y absor­ben los papeles de padre y madre, pero en pocos casos reconocemos a esos hombres que también cumplen esas funciones.

Después del bailable de Lalito, que vestido de ratón vaquero corrió a mis brazos, volvió a sonar esa canción de Denisse de Kalafe y cuando hablaba de esa guerrera invencible pensé en don Alfredo y volví a pensar en Doña Lola. Pensé en esos días que iba a espiarla a su casa y la veía llevar a sus hijas y me preguntaba mil veces por qué no fue así conmigo. Recordé que regresaba llorando a casa, huyendo de ese fantasma de rencor y dolor que me perseguía. Algo pasó este día, de repente ya no importaba la respuesta de Doña Lola, vi partir a ese fantasma y sentí paz y tranquilidad. Cerré los ojos y apreté fuerte a Lalito y pensé en que no es bueno llorar a los que nos abandonan, porque en ese proceso olvidamos valorar y amar a los que se quedaron.

Tomás Galicia

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