Amor y erotismo en Canciones para hacer dormir a las fieras- Deyanira Mendieta Xelhuantzi

Publicada mayo 2022 Edición 173

El amor y el erotismo son el hilo conductor del libro Canciones para hacer dormir a las fieras, de la escritora tlaxcalteca De­yanira Mendieta Xelhuantzi, ganadora del Premio Estatal de Poesía “Dolores Castro”, en su edición 2020.

El personaje central es una bestia; una voz femenina, una mujer que habla y que se convierte en amante, madre, manada, y en ella misma, comparte la autora.

Canciones para hacer dormir a las fieras fue publicado en 2021 por el Instituto Tlaxcalteca de la Cultura, y se integra por tres partes. La primera es ”Numeral de la bestia”, que contiene veintitrés poemas cortos, la segunda es “Saliva solar”, formada por doce poemas; y la tercera, “Nido de sombra”, abarca diecisiete poemas. Los temas abordados en la obra de Deyanira Mendieta son el amor-erotismo y el desencanto por el mundo. Un libro que se construyó en un lapso de tres años, se fueron integrando como poemas sueltos, que encontraron unidad con el pulir y corregir del tiempo.

La autora afirmó que su proceso creativo es lento. Primero diseña la historia, trama y personajes, una vez que sabe qué va a construir, comienza a delinear su poesía. Asegura que cada palabra tiene una intención, que nada en el texto es gratuito.

Licenciada en Literatura Hispanoamerica­na por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, sostiene que escribir es un oficio con el que se nace; sin embargo, hay que estudiar, prepararse y pulir ese talento. El corazón de un escritor nace, pero el talento de un escritor se da, sostiene.

Para la también docente en literatura a nivel bachillerato, la poesía es sonido, es candencia y musicalidad en las palabras. Acota que las sílabas resuenan en el eco de la estructura del poema. Afirma que ha intentado escribir otros géneros, pero siempre le gana la poesía; la candencia re­suena en su cabeza y las palabras fluyen.

Su formación en la poesía la realizó en los talleres que impartió el Instituto Tlaxcalteca de la Cultura con los maestros de maestros Eduardo Milán, Eduardo Langagne, Mario Bojórquez, Gerardo Diego y Ricardo Venegas. Buscó en sus mentores quien la leyera y pudiera dar un cometario y sugerencia, de si iba en el camino adecuado. Aprendió que hay que leer mucho y corregir para llegar a la escritura.

Le gusta escribir de noche, cuando el silencio la acompaña y las ideas se aclaran con música de fondo. A diferencia de otros escritores, prefiere un vaso de agua fría, ya que hace que se refresquen sus palabras en la hoja en blanco. La luz de la Luna acompaña su periplo en las letras.

El escritor veracruzano y Premio Nacional de Poesía “Aguascalientes” (1982) Francisco Hernández, la escritora argentina Alejandra Pizarnik y el escritor chiapaneco y también Premio Nacional de Poesía “Carlos Pellicer” (1992) Efraín Bartolomé, han sido una gran influencia en su proceso creativo.

La autora llega puntual a nuestra entrevista ataviada con un vestido negro con punta de chal, una de sus prendas favoritas, medias negras, zapatos de charol tipo mocasín y sus lentes de armazón de pasta negra. Nuestra charla se realiza en la sala de una galería hotel de la capital del estado, que se encuentra sutilmente decorada con cuadros de la laguna de Atlangatepec y del bosque de la Malintzi de la fotógrafa Natalia Catalá.

—¿De dónde eres originaria y qué lugar ocupas en tu familia?

—Soy tlaxcalteca. Nací el 17 de agosto de 1985. Ser tlaxcalteca es algo que me llena de honor y de orgullo; es algo que en mi familia tenemos como muy presente, llevar el honor de nuestro apellido, el honor de nuestro estado. Yo soy la segunda de tres hijos. Mi hermana mayor es psicóloga, se llama Cintli Talia y mi hermano menor, que es diseñador, se llama Luis Mendieta Xelhuantzi. Actualmente radico en San Buenaventura, Atempan.

—¿Cómo fue que te acercas a las letras?

—Yo creo que tiene mucho que ver con la dinámica de mi familia, como con esta forma en la que mi mamá nos educó. Mi mamá es cirujano dentista y trabajó por muchos años en los Centros de Atención Múlti­ple en el estado (CAM). Tuvo que especializarse, estudiar otras cosas y ella nos apoyaba mucho a leer por las tardes. Nos lo pedía como parte de nuestro quehacer, la mascota y la tarea. Y después de la tarea nos ponía a leer en voz alta periódicos, revistas. Cada quien de pronto iba eligiendo su material de lectura.

—¿Para ti que es la lectura?

—La lectura es un asunto de placer. Mi primer libro de lectura de poesía fue un libro viejísimo de Amado Nervo. Me acuerdo de poemas, yo lo leía, no le entendía nada. Yo decía “Es que esto es como muy diferen­te a la forma en la que hablo. No, esto es muy diferente a las revistas o los cómics o los cuentos que lee mi hermano”., Entonces no, no le cachaba como mucho la idea, pero me quedó la curiosidad.

—¿Cuándo empiezas a escribir?

—Mi mamá, como una mujer estric­ta, le gustaba que leyéramos, pero también desde niña nos ponía a escribir un cuento o cosas así. Ya en la prepa llevaba un diario con mis vivencias, anhelos, frustraciones, sueños y creo que de ahí como que me empezó a surgir esta fascinación por la imaginación. Yo creo que me acerqué a la escritura y a la lectura por este buen tino que mi mamá tuvo al motivarnos.

—¿Por qué decides estudiar literatura?

—Primero estudié gastronomía por un año, [pero] desde la pri­mera semana me di cuenta que no me gustaba la carrera; estaba muy alejada de lo que yo tenía en mi mente. El trabajo de un cocinero es muy rudo, es muy demandante, es muy fuerte; mucho cansancio, mucho poder también, como en esa posición de ”Yo soy mejor que tú y te voy a ganar la cocina”. Y la verdad es que no era como lo que yo estaba esperando.

Luego de prueba y error, tuve la idea clara de estudiar literatura, porque quería ser escritora y decidí inscribirme a (sic) la Facultad de Filosofía y Letras, en la carrera de Literatura Hispanoamericana de la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Mi papá no me dejó ir a la UNAM, estaba desilusionado de mí por haber desertado de mi primera carrera.

—¿Por qué te inscribes en los talleres de creación literaria?

—La Universidad obviamente no tenía casi nada que ver con la creación literaria. Muy académico todo en ese tiempo. Entonces empecé a tomar algunos talleres con los escritores que venían al Instituto Tlaxcalteca de la Cultura, como con Eduardo Langagne, Mario Bojórquez, Ricardo Venegas, Eduardo Milán y Gerardo Diego. Siempre me incliné por los talleres de poesía y durante toda la carrera queriendo o no, pues yo seguía como en ejercicio de escribir. De pronto buscaba como que algún maestro leyera el trabajo y escuchaba sus recomendaciones. Los talleres fueron una buena instrucción. Recuerdo con mucho cariño y con mucho respeto a mis maestros.

—¿Consideras que esta formación que tuviste en los talleres contribuyó a reafirmar tu gusto por las letras, te formaron o influyeron para se­guir ciertas estructuras y temas, o ya tenías una idea clara de lo que ibas escribir?

—Yo creo que mucho tiene que ver con el real interés que le tengas a ejercer la escritura. Yo sí creo que de pronto en los talleres pueden llegar a compartir estructuras y temas. Con mucho ahinco, y hasta obligadamente cierta estructura, cierto tema, cierta afinidad. Y dices: ”Híjole, pues sí, está interesante, pero no es hacia donde quiero ir”.

Yo creo que un escritor también tiene que ser un lector, un gran lector. Ir a los talleres yo creo que sí ayuda en la medida en la que sepas hacia dónde vas; si tú ya tienes como más o menos pensado qué te gusta, qué escritores te gustan, qué es lo que te llama la atención. Un buen comen­tario, una buena lectura en el taller sí te puede despejar muchas dudas.

—¿Cuál ha sido tu experiencia como docente de literatura?

—Durante estos años en la docen­cia, yo creo que de pronto, en la vorágine del trabajo y la rutina. El trabajo de escritorio del profesor es muy pesado. Es de pronto como más desgastante que las propias clases y los propios muchachos que son demandantes. A veces puedes estar como muy comprometido y muy entusiasmado. Con mostrar o hablar de algo que te llama mucho la atención, pero es que, de veras, a veces la generación de los mucha­chos no responde. O sea, como este desinterés en el tema de la literatura yo lo he notado cada vez más, más marcado en los últimos años.

—¿Qué opinas de la nueva genera­ción y su interés por la literatura?

—Es una generación muy inmediata, digital, desconcentrada, efímera, incluso en sus propias relaciones, en sus propias emociones. Me pasó. Proponía una actividad y no les gustaba, me empezaba a causar un poco de conflicto, porque yo decía es que no importa qué actividad, qué tema, qué escritor, qué ejercicio hagan. ¿Es de aquí a mañana? Ya no sé. Esto no me gusta. No lo hago. Y es tu problema. No es tu problema que a mí no me guste. Y eso es algo que me he enfrentado en la adoles­cencia desde hace un buen rato, y yo creo que mucho tiene que ver con el sistema educativo y cómo con todo este rezago que se arrastra en la comprensión de la lectura, en la habilidad y la facilidad para estructurar una idea y escribirla. Y es enfrentarme todos los días con algo que yo lo veo y leo.

—¿El oficio del escritor o de la escritora se nace o se hace para ti?

—¡Yo creo que se nace con la emo­ción o se nace con la inquietud! Se nace con la chispa de escribir. Pero yo sí creo que tienes que trabajar, profesionalizarse y tienes que es­tudiar. Tienes que hacerte escritor, trabajándolo, leyendo, practicando, corrigiendo, sobre todo. Y es que hubo un tiempo en el que sí, a mí también me pasaba. Yo decía este poema lo hice en un ratito, en un día y ya quedó. Al paso del tiempo dices no, no es cierto, ¿no? ¡Y qué conveniente es también darte la oportunidad de corregir tu trabajo! Entonces yo creo que el corazón de un escritor nace, pero el talento de un escritor se da, se tiene que trabajar.

—Tu libro Canciones para hacer dormir a las fieras es tu primera publicación. Háblanos de cómo fue tu proceso creativo.

—Este libro lo empecé a escribir por lo menos tres años antes de la pandemia. En el 2017 empecé a trabajar la primera parte de poe­mario, que se llama “Numeral de la bestia”; es una serie de 23 poemas cortos que habla de características físicas y actitudinales o, digo yo, emocionales y espirituales, también de algunos animales.

Y yo empecé a trabajar esa parte con mucha conciencia de que eran poemas cortos y así fui construyendo la segunda y la tercera parte del libro hasta el 2020. El tema es el amor y el erotismo. Lo que hice durante el tiempo de la pandemia fue dividirlos, estructurarlos, corregirlos y acomo­darlos de la manera en la que a mí me interesaba.

La convocatoria salió en el mes de abril, mayo más o menos. Yo ya tenía prácticamente el libro terminado para entonces, pero pues de pronto en la corrección saqué algún material que no me convencía del todo, por más que quise corregirlo y me di cuenta de que me faltaban no poemas para completar la extensión, sino para que quedara la idea que yo quería desarrollar y me daba cuenta como que quedaba ahí, como un dientecito chimuelo, un espacio mal puesto y ya. Es que aquí tiene que ir algo para que según esté con el otro.

—¿Cuál es el hilo conductor de tu libro?

—Yo creo que tiene que ver la presencia de esta misma criatura, esta bestia que yo le llamo, que tiene características animales, no está hecho de muchas partes o de muchas cualidades animales, pero que tiene una conducta sí, humana, pero también muy instintiva como los animales. Y es el diálogo con esta persona, no, con esta criatura más bien, y esta criatura toma caracte­rísticas humanas y es la persona o la criatura con la que se dialoga. No es la criatura a la que se le teme, a la que se le ama y con la que de pronto sirve también de confrontación. Su actitud a mí me confronta porque veo en mí o porque a mí me duele, o porque yo también tengo la misma herida, la misma emoción.

—Háblanos del título del libro.

—Se llama Canciones para hacer dormir a las fieras, la intención es que como son muchos animales de los que se hablan dentro del poemario y todos se concentran en esta figura de la bestia, pues al final de cuentas está esta criatura hecha por todos. Encuentra calma en la poesía, en la sonoridad de la poesía. Yo reconozco, y es algo que me gusta demasiado en el tema de la poesía, es la musicalidad, quitándole o alejándonos un poco, mucho de la rima y de la métrica, que reconozco su gran valor y lo intento y lo busco. Pero sobre todo la musicalidad de las palabras,

—¿Qué escribiste durante la pan­demia?

—Yo no escribí nada, nada. Me di un descanso porque no dejé de leer en ese tiempo, pero no escribí nada porque yo creo que me sentía como nerviosa, ¿no? Y estaba todavía como con la expectativa de que si le sigo con este tema, le sigo con esta idea de los animales, de las criaturas, de las bestias ¿o ya lo puedo dejar para empezar con estas otras ideas que tengo? Tuve que tomar distancia.

—¿Qué autores mexicanos y de la literatura universal son tu influencia?

—Desde hace un buen tiempo leo con mucha atención y con mucha admiración al escritor veracruzano y Premio Nacional de Poesía “Aguas­calientes” Francisco Hernández; es una gran influencia en mi escritura. Es un escritor que me gusta mucho por la temática del erotismo, el amor. Me gusta mucho la estructura que él tiene. Es muy lúcido y tiene una gran calidad en la retórica y el ma­nejo que él tiene para las licencias. Después de varias lecturas puedes notar el truco lingüístico que hace. Y eso me parece maravilloso. Admiro la facilidad que él tiene de hablar desde la figura del doble. Él toma la personalidad de algún personaje muerto, ya famoso, un músico, un fotógrafo y a partir de la mirada de este personaje es de quien se apropia.

—¿Y escribes de noche o de día, tienes algún ritual para poder crear?

—Yo he notado que mi proceso de creación es muy lento, es muy largo; puedo ir escribiendo borradores por ahí o algunas ideas, pero no me dedico como a escribir si no tengo una idea clara en mi cabeza. El momento en el que sale el poema puede ser en cualquier rato. No estoy trabajando, estoy haciendo algo en la computadora. Lo dejo un momento y me pongo a escribir. He notado que para poder escribir necesito sentirme tranquila. No importa el momento del día, no me importa el lugar. Pero tengo que tener (sic) esta sensación de tranquilidad, porque siento que eso me da claridad. Me he dado cuenta de algo involuntario: escribo cuando es de noche. Soy como muy fan de tomar agua fría; siento que eso como que me ayuda a despertar.

—¿Qué opinas de la literatura hecha por mujeres? ¿Existe un reconoci­miento a su trabajo? ¿Se avanza en este proceso?

—La pregunta me hace pensar mucho por qué digo con cuántas mujeres, al menos aquí en Tlaxcala, que yo conozco que escriben y que tienen talento de pronto desaparecen por qué la vida te come, no porque la vida no te da, te absorbe por com­pleto y tienes que hacer otra cosa.

De pronto estas amigas, cono­cidas artistas, escritoras que tienen la posibilidad de relacionarse en los medios culturales, en los medios ar­tísticos y les van dando espacio. Pero la verdad es que son las menos. Y mi conflicto es de pronto cómo hablar tanto acerca de estas carencias que existen en el tema de las mujeres. Al menos en el tema de la cultura, los espacios que tienen las mujeres, no porque se les tenga que dar un espacio en especial y decir ”Tú aquí, tú vente acá y tú haces todo aquí”. No, sino la posibilidad que la vida te da para hacerlo, el tiempo que tienes para dedicarte a ser escritora, ser artista. ¿Y qué calidad de vida puedes tener dedicándote, pero dedicándote esto?

—¿Qué tan posible es en nuestro país vivir de la literatura, de ser escritor o escritora?

—Al final de cuentas yo creo que eso no debería de ser una condi­cionante, pero lo es. Además, se ha agudizado más por esta crisis social, económica y de salud que vive el país y el mundo, entonces o escribes o comes. O lees o trabajas y yo creo que un poco también tiene que ver como con las prioridades que es que la mayoría de las personas tenemos, para mí leer y escribir es una necesidad, una urgencia.

—¿Qué es la poesía para ti?

—Yo creo que es compartir un pen­samiento a partir de un código. Y es que justamente en esta estructuración de un pensamiento, en la creación de un pensamiento, a partir de un código, esto lo digo muy recurren­temente porque me gusta a partir de un código lingüístico. Tiene que ver con muchas de tus habilidades intelectuales, pero también con tus habilidades emocionales y con tus habilidades sensitivas. ¿Qué es lo que voy a decir? ¿Cómo lo voy a decir? Y yo creo que es eso, es compartir, es un diálogo con alguien más a partir de este tipo de código lingüístico. Es una exploración también personal.

—¿La poesía tiene una intención? ¿QUÉ CLASE DE PREGUNTA ES ESTA?

—Yo creo que sí. Considero que el proceso de la literatura es compartir algo desde el tema de la comunica­ción escrita. En este caso para mí la poesía es primero la confrontación y posterior el gozo.

—¿Y cuál sería tu percepción en cuánto a la cultura en Tlaxcala?

—Yo creo que Tlaxcala por sí misma, por la tradición de nuestro estado, guarda ciertos intereses culturales muy particulares, desde la ritualidad, lo social, la historia, por ejemplo. Se tiene un interés de preservar la identidad y la cultura. De pronto nos hemos encasillado en muchas, en muy pocas cosas: los toros, los huehues, Miguel N. Lira y ahora, recientemente, las haciendas y las luciérnagas, y no hay más.

O de pronto yo siento que no hay cabida a algo más. Y conozco a amigos y amigas, no solamente escritores, sino fotógrafos, pintores, teatreros que están tratando de hacer algo diferente, porque el tiempo es diferente. El mundo no se detiene y tratar de traerlo a Tlaxcala es todavía como un poco complicado por esta mentalidad que tenemos de que la cultura tiene que ser canónica, local.

—Con esta mirada que tienes, ¿cuáles serían los pendientes en el tema de la cultura y los artistas en Tlaxcala?

—Uno de los pendientes que tenemos en el estado es la profesionalización de artistas, no solo de escritores, y la profesionalización de artistas tiene que ver con una inversión, presupuesto. ¿Qué tan importantes son los artistas para el Estado? Que se les da la posibilidad de estudiar, de profesionalizarse. Y una vez profesionalizados, qué tanta valía le doy a su trabajo como para que tenga la dignidad de vivir de su profesión, ¿no? Y posterior a eso, yo creo que una de las deudas que tenemos también es la difusión fuera del estado por el Estado mismo. Conozco muchos amigos escritores que son conocidos fuera de Tlaxcala por ellos mismos, por sus propios méritos, y me parece muy valioso, porque un buen trabajo habla bien de quien lo hace, en donde sea que esté.

—¿La cultura es para todos?

– Todavía no alcanzo a ver que la cultura llegue a todos. No, porque la cultura no es solamente ver o escuchar algo, sino tener la posibili­dad de conocimiento y practicarlo. Y que tengas. Si tienes el interés o la curiosidad de tomar una foto, puedas hacerlo y tengas quién te enseñe y que te digan cómo vas, por dónde va, si no tienes cámara, que la puedas adquirir. Y sí, yo creo que mucho tiene que ver también con la difusión de los artistas. No­sotros, en Tlaxcala, yo creo que los artistas somos muy locales, no nos conocemos todos.

—¿Qué guardarías de Deyanira Mendieta en una capsula para abrirla en 100 años?

—Yo creo que guardaría este libro, porque le tengo mucho cariño. En­contré algo importante en él, no solo en la manufactura, desde el tema de la literatura, sino desde esa revelación personal. Me gusta mucho. Yo creo que guardaría también un rebozo. Porque soy de Tlaxcala, porque es algo que me llena de orgullo y me gustan. Además de muy bonitos, creo que tienen un significado muy grande. También guardaría una foto de las personas que les tengo mucho afecto, y agregaría un dispositivo donde pudiera escuchar mi voz, mis poemas.

Vanessa Quechol Mendoza

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