Arte innovador y con influencia precolombina, la obra de Federico Silva.

Publicada mayo 2010 Edición 30

* El pintor y escultor recibirá el doctorado honoris causa, en el marco del centenario de la fundación de la UNAM

* Sus primeras esculturas fueron en miniatura para lagartijas y pájaros en el Panteón Español

* Al momento de crear, “los demonios y los ángeles interiores trabajan para el artista”, considera

* La población tlaxcalteca vive en un aislamiento; hay una voluntad de encierro muy extraña,

Observa.

Notable artista, aguerrido crítico político, osado explorador y un hombre con un enorme asombro ante la vida, describen a nuestro personaje de este mes, quien se ha destacado en el mundo de las artes con un renovador lenguaje y estructuras, ha explorado tecnologías y movimientos estéticos, amén de que ha sido un actor determinante del arte mexicano en la segunda mitad del siglo XX.

Entre los proyectos que ha realizado está la decoración de la Cueva de Huites, en el estado de Sinaloa, la construcción de artefactos cinéticos, lumínicos y sonoros, así como su participación en la concepción y desarrollo del espacio escultórico de Ciudad Universitaria de la UNAM en 1979, una de las obras más representativas del arte contemporáneo de Iberoamérica.

“Los demonios y los ángeles interiores trabajan para el artista… y tres elementos rigen la vida del artista y su obra: 1) La parte íntima, personal, su inconsciente, su sensibilidad y su carácter. 2) El entorno universal como totalidad intemporal, su tiempo y sus cambiantes circunstancias históricas y 3) La cuna, su pertenencia: la tierra, su drama, pasado y futuro”, describe Federico Silva, en el libro de su autoría Dos x Tres Crónica, apuntes autobiográficos, que salió a la luz pública este año.

El próximo 23 de septiembre, Federico Silva será reconocido con el doctorado honoris causa por parte de

la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), junto con otros 15 académicos y creadores, como parte de la celebración del centenario de la máxima casa de estudios del país.

La lista la integran el sismólogo Vitelmo Bertero Risso, el lingüista Noam Chomsky, la dirigente indígena Mirna Kay Cunningham, la filóloga Margit Frenk, el filósofo Ángel Gabilondo Pujol, el economista David Ibarra Muñoz, la antropóloga Linda Rosa Manzanilla Naim, el escritor Carlos Monsiváis, el médico Fernando Ortiz Monasterio, el escritor José Emilio Pacheco, el astrónomo Luis Felipe Rodríguez Jorge, la dirigente social Nawal El Saadawi, el escritor Mario Vargas Llosa, la luchadora social Simone J. Veil y el filósofo Ramón Xirau, además de nuestro entrevistado.

El artista recibe a Momento en su casa ubicada en Amaxac de Guerrero, en lo que fue la fábrica de hilo La Estrella, con el objetivo de platicarnos sobre su vida y su obra.

La charla se lleva a cabo en un jardín de esta construcción que data del año 1874. Ahí, el maestro Federico Silva responde de manera pausada cada una de las preguntas, junto a María Esther González Tovar, su compañera en los últimos 20 años.

–¿Cómo fue la infancia de Federico Silva?

–En un libro que apenas acabo de publicar aparecen relatos autobiográficos y naturalmente hablo de mi infancia, la cual fue muy afortunada, feliz y tranquila, por eso estoy acostumbrado a la tranquilidad, responde Federico, quien viste un pantalón color caqui, una camisa gris y su cabello cano es cubierto con una gorra que tiene el logotipo del equipo de béisbol de los indios de Cleveland.

“Viví muchos años en el Panteón Español y eso me permitió, de niño, tener cercanía con muchas cosas fundamentales como la muerte, pero naturalmente a esa edad no tiene uno la preocupación ni la conciencia sobre el fallecimiento de una persona, se ve pasar con una gran cotidianidad y son fiestas las que celebra la gente para los muertos, participaba mucho en esos días trabajando, ayudándole a la gente que llegaba con flores y cargada de cosas, era parte de mi entorno”.

–¿Por qué vivía usted en un panteón?

–Mi padre fue a trabajar ahí, luego mi madre continuó con ese trabajo y entonces viví 10 años, desde los 5 o 6 años, en un panteón, de manera que me era totalmente familiar ese ambiente, incluso en la secundaria mis compañeros me apodaban El Muerto (risas).

–¿Le molestaba ese mote?

–No, era una identificación como otros tenían sus apodos, a mí me decían mis amigos: “Adiós, Muerto”, entonces era una forma de identificarme.

Federico Silva nació el 16 de septiembre de 1923 en Tacuba, Distrito Federal, por eso “ahora estoy celebrando de manera tan entusiasta el bicentenario” (risas).

–¿Cómo descubre su inclinación hacia las artes?

–Creo que se lo debo también al panteón, porque en los cementerios mexicanos, años atrás, ahora menos porque incineran a los muertos, cada vez que se enterraba un cadáver se hacía un monumento en la tumba, eso es parte de una cultura latina. A los muertos en México no se les entierra como a los gringos que regresan de Irak y los ponen en un campo sin identidad, con puras cruces. Aquí hay un culto al muerto y probablemente viene de la tradición cultural indígena, en donde todos los muertos, en una concepción muy democrática, van a dar al mismo lugar, que es una especie de paraíso. La gente manifiesta su vieja tradición y por eso los días de muertos son celebraciones fantásticas, aunque los gringos nos las han tratado de borrar, como todo, imponiendo el Halloween, confundiendo a la gente desde los niños y entonces el Día de Muertos es un Halloween como una forma de borrar memoria. Tarea en la que está empeñado (Felipe) Calderón, no sólo con los muertos, sino con todas las cosas que ocurren.

–¿Usted estudió pintura y escultura?

–No, al frente del panteón había una marmolería, era una fábrica para hacer monumentos, se hacían ángeles por encargo, había diseños y ahí se trabajaba el mármol. El dueño de la marmolería Pagaya tenía mucha paciencia conmigo, me permitía entrar y andar jugando con los pedazos de mármol, más tarde me daba chance de usar la herramienta.

“Entonces me identificaba, por un lado, con un mundo estético y dramático, porque, aunque los muertos que llegaban al cementerio no tenían conmigo ninguna relación familiar, sí veía el drama y la gente que llegaba abatida, acompañaba muchos entierros, me subía a los montones de tierra para ver todo como en el teatro griego.

“Ahí, esa zona de los panteones (en el Distrito Federal), casi no estaba habitada, eran partes con muy pocas casas, San Joaquín, todas esas zonas que eran en las que se hace la campaña de Peña Nieto, relucientes de edificios y de cosas, no había nada, eran calles de tierra y a lo lejos, a mí me tocó, una parte final de la educación cardenista. Entonces, se empezaron a hacer escuelas en esos barrios alejados del centro de la ciudad, era una escuela que relucía muy bonita en medio de varias casas de gente pobre y muy cerca los hornos de tabique que había por centenas, se construía mucho con ladrillo y no con block, las ladrilleras eran fuentes de trabajo de mucha gente, tenían gran demanda porque la ciudad crecía.

“Ahí estudié la primaria y venía a pie del panteón a la escuela, entre cañaverales, maizales y caseríos, casi como Amaxac de Guerrero, pero menos poblado en ese tiempo”.

–¿Cómo se liga con la escultura en el ámbito profesional?

–Después de la primaria me topé con una cosa maravillosa, José Vasconcelos, quien fue un hombre muy contradictorio, se le ocurrió una cosa genial, hacer una edición de los clásicos. Él, en su etapa de rector de la UNAM, ordenó en el país, con un alfabetismo muy alto, quitar las materias de historia, filosofía, matemáticas, como el gobierno actual, que dice que los niños no se confundan con la historia de México y nada más vayan a misa, y que aprendan las cosas con las que pueden ser peones o trabajadores allá del otro lado, pero una preocupación por la cultura a fondo, el gobierno federal no la tiene ni le importa. Pero en aquellos años, Vasconcelos y el gobierno todo, era otro México que nacía con una fuerza y la expectativa de crecer como país moderno, editó los clásicos. Eran libros muy baratos y se topaba uno con una biografía de Goethe, de Miguel Ángel, de Beethoven, de Haine, de filosofía, etc. Entonces, muy joven tenía uno la oportunidad en la escuela, valían muy poco, de acercarse a esos libros.

“También los maestros tenían otra actitud, claro, hay que pensar que el Distrito Federal del que hablo tenía un millón de habitantes y el magisterio tenía profesores de primera línea, eran maestros de gran nivel que amaban la educación. La educación se amaba y la voluntad por educar al pueblo era compartida.

“Entonces, estudié por correspondencia (risas), era asiduo lector de esos libros, las escuelas estaban muy cerca de las librerías donde se conseguían todo género de publicaciones usadas. Me guiaba nada más por el título, me parecía atractivo, había cambalacho con los libreros, una cosa por otra, cambalachaba con los libros y como me interesaba el arte de la escultura desde el panteón y mis primeras esculturas fueron de pedacería de mármol haciendo monumentos para las lagartijas o los pájaros, como las grandotas, pero en chiquito, en esos libros, muy complicados, porque eran libros viejos y antiguos, donde venían las fórmulas para hacer cosas, empecé a descubrir mi gusto por el arte.

“Así me fui formando, luego tuve la suerte de que un compañero de la escuela, Agustín Hernández, quien era muy hábil como dibujante y muy interesado en la cultura, le debo eso, por su afición por el arte, tomaba clase de pintura con uno de los pintores de toreros Rano Jopins, pintaban manolas y toreros, es un género muy popular, se hacían muchos calendarios, entonces me acerco ahí y me pareció maravilloso estar dibujando, en fin, así es como uno va configurando su vocación muy lentamente”.

–¿Qué es para usted la escultura?, se le pregunta

–Es todo, porque es conflicto, es el campo de la búsqueda, es la relación con el espacio, es la posibilidad de establecer un diálogo con el paisaje o con la intimidad, acaso establecer un diálogo con algún espectador despistado, responde.

–¿Qué intenta transmitir en sus obras?

–Concretamente nada, lo que más me mueve a mí en el trabajo es perseverar en un ejercicio que se práctica desde niño, todos los niños tienen como afición hacer cosas con palitos, pedacitos de madera, con papel y con piedritas, por desgracia pierden ese impulso o se los quitan y les dan de manazos los adultos para que no hagan nada y los ponen a hacer otras cosas. Los niños que se salvan de la represión son artistas, los otros son burócratas o desempleados.

“La obra cumple una función cuando confunde al espectador y le plantea dudas acerca de su coherencia, no de la escultura, claro que con frecuencia le molesta tanto no saber con qué se está enfrentando que lo rechaza, pero el espectador más perseverante acaba por introducirse poco a poco y en relación feliz es donde se establece el sentido del arte; para que el arte cumpla con su compromiso necesita haber otra parte que es la que interpreta y le da sentido, no le da sentido cuando dice: ¡ahhh!, es el Popocatépetl o la china poblana o una batalla, porque eso no conduce en general a la reflexión profunda estética. Eso no es arte y ahí nos confundimos mucho”.

–¿Por qué hay mucha relación en su obra con lo prehispánico?

–Por varias razones, para mí la preocupación principal y el motor más importante de mi trabajo es México. México lo entiendo como una nación que se forma desde antes de la llegada de los españoles, la base de toda nuestra cultura, de nuestro pensamiento, de nuestra esperanza por un futuro promisorio es la cultura indígena, que está viva, que está presente, que está aquí, no puedo entender que celebramos el bicentenario y qué bueno, pero somos una nación formada más de 500 años atrás. Entonces ahí está nuestra verdadera raíz, no es un problema de racionalizar esto en términos conscientes, sino es una sensibilidad, uno vibra ante estas manifestaciones profundas del arte de México y eso está en la gran cultura precolombina, pero está en otro factor muy vinculado que diría es un poco del inconsciente colectivo que es el arte popular.

“En esas fuentes está México, lo que somos nosotros, no es como tomarlo a la letra como una consigna, porque esas cosas no son así, sino para que formen parte de la corriente interna que nos nutre y nos mueve, a mí no me mueve el mercado, andar haciendo cosas para ver si me las compran, para eso mejor sería taxista, es mucho mejor que estar engañando con falsificaciones.

“El arte es una suerte de religión, de postura ética, política e ideológica, no como partido, porque eso sería parte de otra conversación”.

–¿Cómo define lo que va a hacer en una escultura?

–Lo que va suscitando la temática y el deseo de explorar y de construir es el trabajo mismo, a base de la inspiración es el trabajo, cuando usted diseña algo con un propósito, en el proceso surgen otras ideas, el trabajo enriquece la posibilidad de búsqueda, el arte es un proceso de acumulación y de rechazo, de construcción y destrucción, es un proceso dialéctico muy intenso, penoso y acaso dramático, pero así se va estructurando la búsqueda de un estilo, una forma, etcétera.

–¿Siempre logra lo que pensó originalmente en su obra o termina haciendo algo distinto a la idea primaria?

–Esto es un proceso muy largo, la vida lo va a uno llevando por distintos caminos, hay dos fuerzas, una es la fuerza de la circunstancias con quién se forma uno cuando es joven o niño, qué influencias tiene, luego más grande si le interesa el arte con quién se junta, qué cosas escucha uno, qué lo impactan y demás.

“En ese camino, la gente se va formando, pero muy lentamente sin una definición clara de saber la angustia, cuando se es muy joven en el arte, es saber qué pinto, de qué manera, en qué estilo, me gusta todo, me gusta tal obra europea, tal obra mexicana, por dónde le sigo, casi todos los jóvenes tienen ese mismo problema y pasan muchos años en que eso deja de ser una preocupación porque el artista empezó a encontrar su propio lenguaje. Eso es un proceso largo, difícil y no todo mundo tiene la suerte de llegar a nada, se llega por la perseverancia y la convicción”.

–¿Usted ya logró su lenguaje?

–Lo busco, si ya lo hubiera logrado ya no trabajaría, trabajo ahora más que cuando joven, porque la inquietud de encontrar te obliga a buscar algo mejor, y detrás de cada cosa que se hace lo único que queda es la esperanza de que la próxima cosa va a ser mejor.

–¿Entonces no ha hecho la obra que más le ha gustado?

–Claro que no.

–¿Cuál fue la primera obra que hizo?

–Tengo muchas primeras obras.

“Quizá la primera exposición donde hago una serie de planteos fue en la UNAM, que se llamó Chaneques, Aluxes, Tlaloques, acudiendo a estas figuras míticas”.

–En Septiembre va a recibir el doctorado honoris causa por parte de la UNAM, ¿cómo se da esto?

–Es un reconocimiento muy sorpresivo, tengo muy en alta estima ese tipo de reconocimientos, no creí, nunca pensé que lo recibiría. Entonces en este caso es muy honroso, es un doctorado de la UNAM y se da con motivo del centenario de la creación de la Universidad y agrupando a un conjunto de personas que reciben el doctorado honoris causa un grupo de personas de importancia mundial. Es un privilegio verdaderamente excepcional.

–¿Para usted qué significan los reconocimientos y homenajes?

–La verdad no me los creo, incluso a veces pienso que son muy importantes o que es algo fantástico cuando lo veo en otras personas, yo paso de largo con este tipo de homenajes, aunque por supuesto que me halagan, todo mundo tiene esa parte de vanidad, pero me protejo de no deslumbrarme con las luces, porque el trabajo del arte requiere perseverancia y humildad, si empieza uno a pensar que es importante porque te dan un reconocimiento o te hacen un homenaje, entonces eso se acabó. Habría que dejárselo a la campaña de Peña Nieto.

–¿Cómo llega usted a Tlaxcala?

–Tenía mi estudio en un buen lugar de Coyoacán, que había sido el estudio de Chávez Morado y tuve la oportunidad de quedarme con él, era un lugar espléndido, ahí hice esa exposición que fue en el Museo de Arte Moderno, y aunque era grande el espacio, la inquietud por hacer más cosas y hacer algo mejor y mejor, llené la casa a tal punto que para sacar una de las esculturas hubo que romper el techo para sacarla por arriba.

Estuvo la exposición durante tres meses y me aterraba la idea de que iba a terminar el plazo y tenía que regresar con todo ahí.

“En esos días se hablaba mucho de Cacaxtla, surgió Cacaxtla en la publicidad, el llamado al gran descubrimiento. Vine a conocerlo, desde luego me maravilló, me gustó mucho Tlaxcala, la vegetación, la ciudad pequeña, entonces dije: si hubiera un lugar aquí donde pudiera hacer mi taller, sería fantástico, entonces esta era una fábrica abandonada desde hacía muchos años y servía a la comunidad de Amaxac de Guerrero para hacer sus reuniones, se llevaban piedras, árboles, fue abandonado durante muchísimos años.

“La fábrica dejó de trabajar hace 50 años, estaba construida del siglo antepasado. El hecho es que hubo esa cosa de suerte, pues había un dueño misterioso, pero se supo que vendía la fábrica. Tulio Hernández Gómez era el gobernador en ese entonces y se dijo que Silvia Pinal había pensado comprarla para hacer un spa, pero cuando vino descubrió la cantidad de alacranes y murciélagos, pensó que el combate contra ellos iba a ser mucho más fuerte que los baños de agua termal, y ya no le interesó.

“La vine a ver, llegué hasta la puerta, casi todo estaba derruido, ya nada más vi los árboles y el tamaño, entonces dije: le cambalacho al dueño mi casa de Coyoacán por esta. Los dueños que habían intentado venderla aceptaron.

“Llegamos aquí sin saber a qué nos metíamos, María Esther, muy decidida, quemó sus naves en la ciudad de México, sus compromisos de trabajo y de escuela, y resolvió acompañarme a la aventura de Amaxac de Guerrero”.

–¿Qué otras cosas le gustan a Federico como persona, aparte de la escultura y la pintura?

–Las muchachas (risas).

–¿Y qué más?

–El baile, la arquería, la lectura, el golf, la navegación, la vida.

–¿Dígame tres características para ser un buen escultor?

–Paciencia, perseverancia en el trabajo y fe.

–¿Tiene familia?

–Sí, me frecuentan (sus hijos) periódicamente porque ya tienen su vida aparte.

Federico Silva fue hijo único.

–¿Por qué la piedra es el elemento primordial para sus esculturas?

–Me gusta el color, la textura, el peso, la idea de que la gran escultura precolombina se hizo en piedra, pero no puedo hacer de eso una postura sectaria, excluyente, porque hoy en día hay muchas técnicas que hacen más fácil la producción de escultura que la piedra, la piedra se usó cuando no había otras cosas, se acudía en tiempos inmemoriales, aunque en otras culturas se usó el mármol porque lo tenían ahí.

“El material tiene que ver mucho con lo que hay y con el entorno, con la práctica del trabajo de la gente que ahí vive; por ejemplo, en Tecali, donde hay mucho mármol, hay muchos artesanos que trabajan el mármol, porque el mármol está ahí, igual que en Carrara, Italia, hay muchos artesanos que trabajan el mármol, que es ahí a donde iba Miguel Ángel a obtener los grandes bloques. Los obeliscos que hay por todo el mundo, todos han salido de Egipto, en los bancos de mármol, se dibujaban los obeliscos, empezaban a rascar y lo sacaban. Esas cosas surgen porque hay condiciones que las propician.

–¿Hay escultores que hayan influido en su obra?

–El proceso de formación, que es interminable, también está lleno de influencias, es como la cultura, no hay nadie, por ejemplo, un escritor, que no sea tocado por otro escritor, un músico por otros músicos, en verdad todo se va entrelazando y cada quien busca su propia voz, en la música lo ve uno claramente, la diferencia entre uno y otro músico, se guían y uno influyo a otro, es normal que haya influencias que uno recibe y que uno proyecta.

–¿Qué influencias tuvo?

–De los aztecas.

–¿No tuvo influencia de los famosos escultores europeos?

–Sus posturas intelectuales, Giacometti, Brâncuşi, es una familia de locos que están buscando formas, buscando enriquecer el mundo, ellos mismos enriquecerse, buscando una forma insólita.

Cuando uno de ellos descubre una forma que no existía y la agrega al bagaje universal, pues se voltea a ver con mucha sorpresa y dice qué bueno es, viene la admiración.

–¿Hay muchos escultores en México?

–La escultura se puso de moda en México, es un proceso de las artes en México, el movimiento más importante lo fue en pintura y en ese entonces había escultores que eran poco valorados, poco reconocidos, hacían cosas figurativas pequeñas, cabecitas, caballitos, pero el mundo cambia, el país avanza, la pintura cumplió su función y empezó a aparecer la escultura.

“Hace 20 años hubo un detonador importante para este arte que fue el espacio escultórico de la UNAM. Esto tuvo un enorme éxito en el extranjero y aquí. La escultura se puso de moda, ahora hay más escultores de los que quisiéramos, se desató un mercado y la gente que compra una obra para su casa u oficina ya no quiere pintura, quiere escultura”.

–¿Usted vende su obra?

–Poco, porque no estoy en el mercado, pero de repente viene gente, alguna institución y se interesa por una pieza.

Federico Silva suele utilizar palabras de las lenguas originarias del país para bautizar a sus obras; por ejemplo, Mictlán, Tlalocan y Miquixtli, derivado de la enorme influencia y admiración por lo precolombino.

Además, ha sido precursor en otro tipo de ámbitos, como la utilización del rayo láser como un recurso para producir efectos estéticos antes que nadie. “Me tipificaban como el más fregón artista cinético, pensando que yo había encontrado una minita y ahí me iba a quedar, pero eso sólo fue parte de un proceso de búsqueda y de curiosidad, de diversión, el arte también tiene ese aspecto, y al estar trabajando con luz, exploré la utilización del láser.

“Después de que lo hice, recibí una invitación del gobierno de Estados Unidos para visitar los centros de arte y tecnología. En Nueva York me llevaron a un espectáculo que se hacía con láser y lo presentaban como una versión muy chafa: ¡por primera vez en el mundo, en los Estados Unidos se utiliza el láser como recurso!, cuando yo ya lo había hecho en México”.

–¿En qué otras cosas ha sido precursor de algo?

–En eso, desde luego, sí fui precursor, críticos tan severos como Cardoza y Aragón, cuando hice mi exposición, dijo que era el artista cinético más importante de América y él pensaba en America como todo el contingente. Fue elogiada esa exposición, las mejores críticas que se han hecho en mi vida han sido sobre ese momento, pero no me quedé ahí, fuimos a pintar la cueva de Huites, en Sinaloa, una cueva de 400 metros de largo en donde monté un mural denominado “El Comienzo” con la ayuda de un grupo de jóvenes tlaxcaltecas. Fuimos como antaño a conquistar el norte.

–¿Y qué opina de Tlaxcala?

–Se han hecho cosas positivas, se ha hecho el Hospital Infantil y parece que funciona bien, la universidad trabaja, aunque creo que un poco en la oscuridad, porque el gran problema de Tlaxcala es que la gente no se abre, hay una voluntad de encierro muy extraña, creo que los dirigentes tlaxcaltecas no se dan cuenta de ese fenómeno, pero no hay cambios sustanciales en la cultura, para nada, un esquema cerrado sin correr un riesgo cultural, con espacios culturales tan importantes como el Teatro Xicohténcatl que está cerrado, como el Museo de Arte de Tlaxcala dedicado a dar misa, los curas para qué se meten ahí, tienen sus espacios mejores como el ex convento de San Francisco, que es un lugar magnífico, son chingaderas que hagan una exposición de arte (sacro) en el MAT.

Federico Silva recuerda que el MAT se creó como un espacio para atraer exposiciones importantes de talla mundial; es más, cita que la exhibición Confluencia Papalopan fue una de las destacadas que se montaron en Tlaxcala con artistas muy importantes en el mundo de la cultura, pero en los últimos tiempos decidieron cerrarlo para una exposición de arte sacro, sin que la gente diga nada.

“En ese aislamiento no hay cambio, es raro que ustedes (la revista Momento) se dediquen a promover las ideas, el pensamiento y las discrepancias y las disidencias culturales. Porque eso no existe en un momento en que México corre graves riesgos, los convenios que hace Calderón para enajenar todo el Golfo de México es grave, es la pérdida territorial. En cambio, va a la reunión internacional donde se discute el equilibrio de las armas nucleares, a lo mejor va representando a los coheteros de Tlaxcala, pero eso de veras es lamentable y no tenemos casi posibilidad de disidencia, no hablo de partidos políticos, porque eso no existe, son grupos que buscan la curul, el cargo, les vale madre el país y Tlaxcala”.

José Carlos Avendaño Flores
Foto: Archivo Revista Momento

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