Publicada Octubre 2019 Edición 143
La memoria es un animal escurridizo. Los recuerdos se escapan, no se dejan atrapar; se escabullen. Son marionetas que de repente cobran vida y se enmascaran o se metamorfosean.
En un ejercicio memorístico, Revista Momento se ha acercado con dos personajes clave en la construcción de una de las actividades culturales más importantes de Tlaxcala y de México: el Festival Internacional de Títeres “Rosete Aranda”. Hablamos de Alejandro Jara y de Guadalupe Alemán

Alejandro Jara Villaseñor es un tránsfuga. Como muchos personajes con un temperamento similar al suyo, una vocecita en su mente le decía que eso de ser ingeniero en Comunicaciones y Electrónica no era lo suyo.
Sí, es cierto que cuando tenía 18 años, en el emblemático 1968, había ingresado a la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica, la famosa ESIME del Poli. Pero también es cierto que además de las clases de matemáticas y de física, en sus ratos libres empezó a acercarse a un mundo que no le era tan ajeno: el del arte.
Momento conversa con Alejandro Jara Villaseñor, quien, en 1983, luego de un largo camino y de numerosas gestiones, pudo alumbrar el nacimiento de lo que acabaría siendo una de las actividades culturales más importantes de Tlaxcala y de México: el festival de Títeres, que lleva el nombre de los Rosete Aranda y ahora presume un carácter internacional.
Con carteles, programas y reseñas de los grupos participantes literalmente hechos a mano, aquella primera edición tuvo unos orígenes bastante humildes, pero contaba con el entusiasmo y la entrega de Alejandro Jara y de su cómplice en esa peregrina idea: la actriz y directora escénica Guadalupe Alemán.
Preludio: en un lugar de Tlaxcala, allá por 1983…
Imaginemos la escena: un hombre de tez blanca y abundante barba negra está al volante de un raudo Volkswagen sedán, el auto del pueblo, según la literal traducción del alemán. A su lado viaja una joven mujer, que en un futuro no muy lejano lucirá una larga cauda de cabello, que será uno de sus sellos distintivos. Pero eso ocurrirá algunos años después. En el asiento trasero va un niño, de nombre Simón. El pequeño mira con asombro el paisaje que se abre ante sus ojos.
Los tres son todo el elenco de una obra que en unos minutos se representará en una de las tantas comunidades de Tlaxcala, donde el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos trata de combatir el analfabetismo. Los tres forman el grupo Tiripitipis, prácticamente la única compañía titiritera de Tlaxcala. Para ese entonces, los apellidos Rosete Aranda prácticamente nada le dicen a la gente.
Estamos en 1983. El país acaba de sufrir una de sus más severas crisis económicas. La era del nacionalismo revolucionario está a punto de dar paso a la del neoliberalismo. Tiempos aún más difíciles se asoman en el horizonte del tiempo.

Pero eso no lo saben nuestros tres personajes a bordo del vochito que recorre los caminos de Tlaxcala. Por lo pronto su misión es llegar a la comunidad donde deben ofrecer la obra de marras, titulada sencillamente Tlahuicole, guerrero tlaxcalteca.
El hombre al volante del Volkswagen es Alejandro Jara Villaseñor, y su acompañante es Guadalupe Alemán. No lo saben aún, pero están poniendo los primeros adobes de un enorme castillo de ilusiones llamado Festival Internacional de Títeres Rosete Aranda. Pero eso vendrá después. Tengan paciencia. La película apenas está comenzando.
(Guadalupe Alemán relata en un texto hecho llegar a Marisol Fernández, directora de esta revista, que el proyecto apoyado por el INEA se denominaba Sensibilización, apoyo y promoción de actividades teatrales en comunidades tlaxcaltecas, que operaba “en pueblos marginados, en donde el INEA tenía instaladas Salas de Lectura para apoyar la alfabetización. Se crearon seis grupos de teatro campesino que daban funciones en su propia comunidad, pero también salían a representar las obras en los poblados vecinos. Este proyecto estaba dirigido a los adultos para apoyar la recreación y la alfabetización, pero en algunos lugares los niños se interesaron por participar y se crearon algunos grupos de teatro de títeres, a los adultos también se les instruyó en este arte. En los pueblos a los que llegábamos recopilábamos información de las leyendas y de las manifestaciones de la cultura popular del lugar, para que fuera publicada en la revista del INEA o en ocasiones convertirla en un producto escénico”. Fin de la digresión. Cabe aclarar que Momento solicitó una entrevista a Guadalupe Alemán, quien amablemente declinó concederla. A cambio, surtió textos y materiales gráficos que se irán escanciando a lo largo de este artículo. Se ha respetado la redacción original).
El caso es que Tlahuicole, guerrero tlaxcalteca fue la punta de lanza que sirvió a Jara y a Alemán para pergeñar un proyecto de más alcance: un festival de títeres. Ahora hagamos un salto al presente.
Forward: Museo Nacional del Títere, 2019
Es sábado. Sábado 14 de Septiembre. El sol está en todo su esplendor de verano agonizante gracias al cambio climático, aunque lo más probable es que la lluvia se deje caer un poco más tarde. Un hombre de abundante barba entrecana atraviesa el parque principal de Huamantla. Se dirige al Museo Nacional del Títere.
Varias horas antes había salido de su casa en la Ciudad de México, allá por el rumbo de la basílica de Guadalupe, para volver a Tlaxcala. Una vez más. “¿Cuántas veces habrás hecho este viaje, Alejandro? Seguramente ya perdiste la cuenta”, le espeta el narrador de esta historia a nuestro personaje. Hay que tenerles mucho amor a los títeres para poner en práctica la peregrina idea de viajar en sábado, en el preludio de las fiestas patrias. Imposible obtener boleto para salir a las siete y estar en Huamantla a las diez.

La Terminal de Autobuses y Pasajeros de Oriente, la célebre TAPO, está atestada de viajeros.
“Chin, tengo ya casi 70 años, y aquí parado. Me duelen un poquito las rodillas, pero tengo que ir. Mi obligación es ir, aunque llegue ya tarde, es mi deber. Es mi deber”, se dice a sí mismo en la sala de espera, mientras aguarda por un boleto que tarda horas en salir.
A su alrededor todo es agitación, pero Alejandro Jara es un tipo resistente. Todos estos años le han servido para encontrar la paz interior. Ha aprendido a esperar, a ser paciente. El viaje ha valido la pena.
Ahora que atraviesa el parque de Huamantla, para llegar al Munati, está a punto de volver a contar una historia de perseverancia y de triunfo. Es su historia, una que empezó a construir un día de 1977 bajo el suelo de la capital francesa.
Flashback: París, 1977
Armado con una guitarra y un titerito hecho “con materiales de desuso”, un joven de abundante barba negra y alborotada melena, se apresta a montar un breve y clandestino espectáculo en el metro de París. Pocos podrían pensar que se trata de un mexicano. Su tez blanca y sus ojos claros lo camuflan.
El incipiente titiritero ha llegado a Francia para cursar estudios de posgrado en Sistemas de Información y Comunicación. Pero a estas alturas del viaje, sabe que ese mundo no es el suyo. Donde se siente realmente feliz es el universo de los títeres.
Jara lleva dos años en Francia, y en su futuro no ve, no se ve a sí mismo haciendo lo que hacen los ingenieros en comunicaciones ni los especialistas en sistemas de información. Lo suyo, lo suyo tiene que ver con esos seres que ahora están a punto de cobrar vida en el subterráneo parisino.

La función está a punto de empezar.
Forward: Huamantla, 2019
“¿Cómo estás?”, me pregunta Alejandro Jara. “¿Cómo va la literatura?”, agrega con un gesto de cortesía. Hace muchos años que no lo veía. “Bien. Va bien”, le contesto mientras estrecho su hábil mano de marionetista.
Es poco más del mediodía de este patriótico 14 de Septiembre de 2019. Jara Villaseñor ha viajado más de 150 kilómetros. La idea original era entrevistarlo en su casa de la Ciudad de México, pero amablemente ha sugerido que charlemos en el Munati, donde ahora buscamos a su director, Fausto Hernández, otro personaje legendario de la cultura en Tlaxcala.
Fausto no está, pero ha dejado instrucciones para que podamos usar las salas que sean necesarias. A la entrada del museo, un integrante del grupo Marionetas de Huamantla manipula un muñeco con aspecto de esqueleto, pero con un elegante bombín negro.
“Segunda, segunda llamada. Seguimos invitado a todo el público en general, a que asistan de este lado, en compañía de familia y seres queridos”, clama un segundo titiritero auxiliado por un micrófono. La función está a punto de empezar. Jara reconoce de inmediato a sus compañeros de oficio. Un abrazo sella el fugaz encuentro. Hay que hacer lo que ha venido a hacer a estas tierras de los Rosete Aranda.
Con la prestancia que le dan años de trayectoria (42, para ser exactos) el maestro titiritero se cambia en el baño del Museo.
Es hora de comenzar un largo viaje de miles de años, que lo llevará de la India y Egipto, a Grecia, Roma, Xochitécatl y otras estaciones de la historia. Ajústense bien el cinturón, que el viaje es largo.
Primer acto: los Rosete Aranda, 1845

Poseído por el espíritu de la historia, Alejandro Jara dice: “Vimos que las figuras articuladas, de arcilla, de barro, son muy fecundas, no solamente en Tlaxcala, sino en muchas regiones de México. Aquí mismo, cerca de Huamantla, se encontró alguna figurilla, según relata un libro alemán de hace varios años.
“Ya había una base, ya había una semilla, que es sembrada cada vez que los grupos europeos pasan por Huamantla, para ir a la Ciudad de México y luego a otros lugares. Aquí daban funciones.
“Según cuentan los investigadores, en 1835 es cuando varios hermanos Aranda ven eso y se les antoja comenzar a hacer una compañía de marionetas. Ellos, y luego los hijos de ellos, van creciendo y van haciendo cada vez más y más títeres. Se unen con la familia Rosete.
“[Entonces] se forma la dinastía Rosete Aranda y es muy importante. A principios del siglo pasado, la compañía de autómatas de los hermanos Rosete Aranda recorre muy buena parte del país, donde no había autobuses, sino que todo era en tren, y también hay crónica de que estuvieron en el extranjero.
“Había otras compañías, no solamente ellos. Pero tal vez era la más importante, por su organización. Tenían grupos de música, una murga, según nos decía don Francisco Rosete, por cierto una murga que se llamaba Pirititipis, con p al inicio.
“Y hasta donde tengo entendido, a la muerte de don Leandro Rosete Aranda, que fue el gerente más dinámico de toda esa dinastía, la compañía va perdiendo su fuerza, y creo que fue allá por los 1940, aproximadamente, que ya pasa un poco al reposo. Se vende el nombre a la Compañía Espinal, pero esa es otra historia que no vamos a contar.
“Aquí en el Munati hay títeres de Rosete Aranda, muchos, qué bueno, y también de la compañía Espinal. Ese ir y venir de los grupos europeos fortalece en Huamantla esa tradición y Huamantla da al mundo la compañía de títeres Rosete Aranda”.
Fin del pasaje.
Segundo acto: el Festival de Títeres, 1983

En un testimonio publicado en un diario de circulación local, Celia Flores Macías, originaria de Huamantla y hermana de Fernando, presidente municipal de aquella ciudad en los años ochenta, reconoce que cuando era niña, no había escuchado hablar de los Rosete Aranda.
El artículo de Celia Flores también recoge que había conocido a Alejandro Jara en París, en los años setenta, lo que la conecta con la historia aquí cronicada. Sin embargo, en este punto su personaje hace mutis por la derecha y sale del escenario. A veces las vivencias que compartimos con otras personas no coinciden en el recuerdo ni en la memoria.
A veces, en nuestro afán por ser fieles al pasado, construimos una historia divergente. Pero, también a veces, la memoria es tan lúcida, que extrae el pasado casi intacto; trae al presente recuerdos exactos. Solo de tanto en tanto algunos detalles se extravían o difieren.
El testimonio de Flores Macías viene a cuento porque evidencia que la maquinaria del olvido había echado a andar sus engranajes. Los Rosete Aranda eran parte de un pasado caliginoso, arrumbado en los sótanos de la historia. Ya casi nadie sabía que sus funciones habían sido presenciadas por personajes como Benito Juárez e Ignacio Manuel Altamirano, quien escribió deliciosas crónicas sobre las soberbias presentaciones de la compañía huamantleca en el teatro-circo Orrín.
Pero entonces, sobre el escenario de la historia reaparece la dupla del Volkswagen sedán. Cedemos la voz a Guadalupe Alemán:
“Con la guía del maestro Desiderio H. Xochitiotzin, leímos lo poco que había de Miguel N. Lira, se hurgó en el siglo XVI, lo que nos permitió conocer la importancia del teatro de evangelización y la participación del pueblo tlaxcalteca en este acontecimiento, —como lo menciona Fray Toribio de Benavente Motolinía; en la Historia de los indios de la Nueva España—, y de manera natural el cauce de la historia nos llevó a la información de la familia Rosete Aranda, causándonos asombro la importancia que tuvo esta Compañía en el siglo XIX hasta los años cuarenta del siglo XX. Durante varias tardes, acudimos a visitar a don Francisco Rosete Aranda, —el último descendiente de esta dinastía— el (sic) atendía su botica ubicada frente al parque principal de Huamantla, Tlaxcala. Entre cliente y cliente, le manifestábamos nuestro interés por la historia de los Hermanos Rosete Aranda y poco a poco desempolvaba sus recuerdos y los compartía con nosotros, después de varias visitas nos invitó a pasar a su casa y nos mostró fotografías, carteles, folletos, marionetas y entablamos una amistad muy sincera con don Panchito. La conclusión de esas charlas fue que la tradición de los Rosete Aranda, estaba casi desaparecida, al menos, en Tlaxcala. Le prometimos dar a conocer la importancia de la Compañía y que en la primera oportunidad, le organizaríamos un homenaje”.

Para ese momento, Alejandro Jara había recalado en Tlaxcala: “Yo venía de Francia, de haber estudiado una especialización en ingeniería, pero conocí allá un titiritero norteamericano, que me enseñó las bases de la marioneta. (Eso le permitió ofrecer funciones clandestinas en el metro de París, como se contó en el flashback de arriba).
“Luego, Don Ferruco (alias Gilberto Ramírez Alvarado, uno de los más importantes titiriteros del país, acota el cronista) ya en México, me tomó como su discípulo. Había que sobrevivir, porque como titiritero no es fácil. [Entonces] la Universidad Autónoma de Tlaxcala me invita, en 1982, a dar clases de francés, no de ingeniería.
“Trabajo con ellos, y con Guadalupe Alemán Ramírez, y con el niño de seis años, Simón Álvarez Alemán […] Presentamos un primer proyecto de hacer un festival de títeres. Convencemos a la gente de la UAT, a la gente del ISSSTE, aquí de Tlaxcala, y también la delegación de turismo regional nos decide apoyar, no tanto como institución, sino las personas que ejercían la labor cultural en esas instancias. Y es así como nace el primer festival de títeres de Tlaxcala”.
Parte del impulso que crea el festival se gestó en la ciudad de Querétaro, en 1981, cuando se establece en el país una representación de la Unión Internacional de la Marioneta, una organización creada en 1929 en la ahora extinta Checoslovaquia. La UNIMA aspira a contribuir “al desarrollo y la difusión del arte de los títeres en todo el mundo” (https://www.unima.org/es/).
A la reunión en Querétaro, agrega Alejandro Jara, acuden “cerca de 200 titiriteros, entre jovencitos, niños y los maestros titiriteros. Ahí, los que éramos jóvenes entonces, conocemos a las figuras que habían dado toda su vida, todo su cuerpo, toda su alma, a este oficio milenario. Empezamos a tomar los consejos de ellos. En lo particular, de Gilberto Ramírez Alvarado, Don Ferruco, que ha de andar por allá [señala hacia el cielo], dando funciones, con las angelitas entre las nubes. Ya también había tenido contacto con Gabriel Fernández Ledesma, que era tío mío, y con el maestro Roberto Lago, que, entre otros, llevaron adelante la época de oro del guiñol, allá por los cuarenta, los cincuenta, más o menos”.

Uno de los cuentos más célebres de Jorge Luis Borges es “Funes el memorioso”, un personaje que recuerda todo lo que ha vivido, lo que ha visto, lo que ha leído. Funes es una metáfora de nosotros mismos, que excavamos en la lodosa tierra del pasado.
Preocupada por conservar lo más fielmente posible lo ocurrido en aquel 1983, a la manera del personaje de Borges, Guadalupe Alemán ha fijado por escrito su testimonio. Así, apunta que ella y Alejandro Jara elaboran un “Primer Proyecto para un Festival de Títeres en el Estado de Tlaxcala […] firmado el 14 de junio de 1983”.
Dicha propuesta se presentó a Alfredo Vázquez Galicia, a la sazón secretario de Extensión Universitaria de la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Sendos oficios también llegan a las oficinas de Alejandro García Arenas, director de Turismo del gobierno de Tlaxcala, y de Eugenio Romero Melgarejo, jefe de Cultura de la delegación del ISSSTE.
Relata Alemán: “Gracias a la sensibilidad y amplio apoyo de estos tres funcionarios públicos y a la solidaridad de los maestros Francisco Rosete Aranda, Gilberto Ramírez Alvarado Don Ferruco, Roberto Lago, Mireya Cueto y la Unión Nacional de la Marioneta —en ese entonces encabezada por Patricia Ostos—. Y así, se inician los Festivales de Títeres en Tlaxcala.
“Implicaron un gran esfuerzo por parte de sus fundadores, los presupuestos fueron muy reducidos, el primer Cartel se hizo a mano en el añadido de tres hojas tamaño oficio”.
Ahora toca turno a Alejandro Jara Villaseñor, quien, como un mago de la historia, de una mochila que lleva al hombro durante la entrevista que nos concede en el Munati el 14 de septiembre, comienza a sacar y desplegar carteles, programas de mano, recortes de periódicos, oficios y otros artilugios de la memoria. Con secreto orgullo, muestra un cartel de ese primer festival: efectivamente, está escrito a mano.

“Este cartel lo diseñé en persona, pero hay una parte que vimos que la fotocopia no funcionaba bien. Joaquín Sampedro, de su letra también le diseñó ahí, porque habíamos metido la pata. Este es el primer festival de títeres, 1983, efectuado en cuatro municipios”.
Llegado a este punto, Jara hace una pausa. “Desde ese primer festival, durante algunos años apoyó Rosy Vázquez Galicia, y también Joaquín Sampedro. Casi nadie los nombra, y honor a quien honor merece”, señala a manera de reconocimiento.
Interludio: así nace un festival
Son casi las seis de la tarde. El teatro del IMSS, en la ciudad de Tlaxcala, está repleto. Es viernes 5 de agosto. Justo a la mitad de la canícula de este 1983. Luego de semanas y semanas de preparación, estamos a unos minutos de presenciar la primera función del primer festival de títeres de Tlaxcala.
Los organizadores son nuestra pareja del Volkswagen sedán. Ahora mismo apenas están llegando al teatro. Vienen del centro de la ciudad, de inaugurar una exposición en el patio central de la Dirección de Turismo, “donde ahora se encuentra el Museo de Arte de Tlaxcala”, acota Alejandro Jara, en su papel de evocador/aclarador/narrador.
Esas exposiciones acabarán por ser uno de los sellos distintivos del naciente festival. En los siguientes años, siempre habrá muñecos y marionetas que irán de aquí para allá, mostrándose, exhibiéndose al público.
En esa primera expo hay títeres aportados por Miguel Narváez, Patricia Ostos, Roberto Lago, Gilberto Ramírez Don Ferruco, Mireya Cueto y Francisco Rosete Aranda. Grupos como Tiliches, La Veleta y El Galpón también prestan muñecos. Otro tanto hacen la UNIMA, Tiripitipis y La Trouppe.
Y es justamente La Trouppe la compañía encargada de la función inaugural.
La dupla Jara-Alemán estaba dando vida a un arte en peligro de desaparecer. “Se había casi extinguido la tradición titiritera”, apunta Jara Villaseñor, pese a la figura titiritera hallada en Xochitécatl, elaborada hace siglos y descubierta en las excavaciones arqueológicas, y a los 135 años que había durado la compañía de los Rosete Aranda.
“Pero en ese presente, en 1983, qué había. Me puse a escribir un texto, que salió en dos partes, en un periódico de aquí de Tlaxcala. El artículo se llamaba “En busca de los títeres perdidos”, donde platicábamos justamente de esa inmensa tradición precolombina, de los Rosete Aranda. Terminaba el texto diciendo que nos poníamos un poco como bastiones para seguir una tradición titiritera”, agrega.
La conclusión del artículo escrito por el Tiripitipis mayor se formulaba en forma de pregunta: “‘¿Es aceptable quedarse impasibles ante la desaparición de un elemento tan mágico y extraordinario como es el títere? Yo digo no y por eso escribo estas palabras. Yo digo no, y por eso organizamos un festival de títeres en Tlaxcala. Yo digo no a la muerte de la cultura popular. Y usted, amable lector, qué dice. Buscamos a los títeres. Agosto, 1983.’ Y los encontramos. Con la gente, con el pueblo, con los amigos, con muchos compañeros titiriteros que también apoyaron gratuitamente con funciones”, se deja llevar Jara por Funes el memorioso.

De vuelta al Munati y a este 2019, destaca que el festival cumple “34 versiones en este año y es, hasta donde hemos investigado, el segundo más antiguo de toda América Latina. El primero es un festival pequeñito, allá en Córdoba”.
Y se hizo el festival.
La leyenda estaba por comenzar.
Fin del interludio: así se hace un festival con poco presupuesto (favor de regresar a sus asientos)
Consigna Guadalupe Alemán: “Como todo parto natural fue doloroso, nació pobre el chamaco, los recursos eran escasos, el primer cartel lo hicimos manuscrito, fuimos a la ciudad de México a conseguir los capelos prestados. Montamos la exposición, algunas noches trabajábamos hasta la madrugada, hacíamos grandes cacerolas de comida para los grupos invitados, elaboramos un folleto para mostrar cómo se construye un títere, impartíamos talleres, transportábamos a los grupos a los lugares en donde debían dar función, fungíamos como maestros de ceremonias, en los pueblos nos subíamos a los árboles a colocar las escenografías, hacíamos la publicidad con perifoneo, dábamos entrevistas a los medios de comunicación, barríamos los lugares a donde llegábamos a dar función”.
Por su parte, Alejandro Jara recuerda así aquellos últimos días del verano del 83 (esa primera edición duró del 5 de agosto al 2 de septiembre): “No nos dábamos abasto Guadalupe y yo para hacer todo. Teníamos que llevar a los grupos […] El maestro Francisco Rosete Aranda, que lo habíamos conocido un poquito antes, ayudó con una conferencia y él, claro, muy meticuloso, viendo que no fuéramos a hacer unos malandros, pues poco a poco nos fue apoyando, con mucho cariño. La conferencia la dio con Roberto Lago y con Don Ferruco.
“Conseguimos películas en la embajada japonesa. El maestro Lago nos prestó otra, y hubo talleres de teatro y de títeres. El de teatro lo hizo Guadalupe Alemán y el de títeres me tocó hacerlo a mí, cuando podía, porque ya no podíamos con tanto trabajo”.
(Guadalupe Alemán puntualiza: “Se impartió el seminario: “Un arte para todos” por el maestro Guillermo Villegas. También dos talleres: “Iniciación al teatro”, por Guadalupe Alemán Ramírez e “Inventemos nuestros títeres”, por Alejandro Jara Villaseñor).
Y continúa Jara el memorioso: “También se nos ocurrió pedir al Foro Shakespeare, de la Ciudad de México, que nos prestara libros para venderlos aquí. Entonces, había venta de libros y documentos sobre teatro de títeres. Guadalupe bajaba su caja de libros, los ponía allí a la venta, aunque casi no vendíamos, pero bueno. Editamos un folletito tomado del libro de Angelina Beloff, una partecita la fotocopiamos, con las autorizaciones correspondientes, para venderlo, darlo casi gratuito a la gente, para que tuviera algo sobre la historia del títere en México. Eran tres hojas tamaño doble carta, pegadas con algún tipo de pegamento”, remata.
–¿Cuéntenos cómo fue la logística de ese primer festival?

–Muy ilogística, muy ilógica, porque aunque teníamos un vehículo, a veces nos transportábamos en la ambulancia del ISSSTE. Esto lo narra Guadalupe en un texto que publicó hace un tiempo. Poníamos adentro de la ambulancia todos los títeres que iban a participar en las funciones y nosotros íbamos atrás, agarrados del barandal, cuidando de no caernos. Llegaba la ambulancia, abríamos la puerta, adelantito poníamos el teatrino, el público por allá y la ambulancia nos servía de mesa para sacar los tiliches.
–¿Cuál fue la respuesta del público a este primer festival?
–Cada año poníamos una libreta en las exposiciones. Y ahí, libre, una pluma, una libretota grandota, que por cierto la maestra Alemán las ha de conservar. La gente escribía lo que quisiera. Y me acuerdo de una firma en ese primer festival: “Muy bien. Felicitaciones. Desiderio Hernández Xochitiotzin”. [Jara ríe: no puede ocultar el gusto que le da] Y no lo conocíamos. Conocíamos a sus hijos. Casi todos maravillados. Nos echaban porras. No recuerdo algo negativo. Es cosa del alma. La gente siente la buena voluntad, siente el corazón.
El saldo es positivo. La primera edición del festival se realiza en Tlaxcala capital, Apizaco, Huamantla y Calpulalpan. A las funciones ofrecidas por los doce grupos participantes se suman la exposición y las conferencias. Y como remate, el prometido homenaje a Francisco Rosete.
Tercer acto: la perseverancia de la voluntad
Por razones que no precisa, Jara Villaseñor dejó de dar clases en la UAT. Para entonces ya se había creado el Instituto Tlaxcalteca de la Cultura. Era hora de preparar la segunda edición. El año: 1984.
“Yo voy con mi proyecto del festival y le gusta al director”, agrega Alejandro Jara. Al ITC se suma el Instituto Nacional de Bellas Artes. También Desiderio Hernández Xochitiotzin los ayuda “con un diseño muy sencillo, con su letra” del cartel.
Y Guadalupe Alemán contrapuntea: “En esta ocasión también el presupuesto era escaso, pero contamos con la solidaridad del maestro Desiderio H. Xochitiotzin, quien sin cobrar, diseñó el cartel, aunque nuevamente la programación se tuvo que hacer en letra manuscrita y en un papel muy, muy económico”.
Esta segunda parte también tendrá un mes de duración. Y casi aumenta al doble la cantidad de sedes: siete, donde actúan trece grupos. Como en el primero, hubo exposiciones de títeres.
“Nos interesaba llevar estas exposiciones a los centros culturales. Hubo películas, conferencias y pláticas didácticas. Fuimos a Contla, a San Pablo del Monte y Tlaxco, además de las poblaciones anteriores: Calpulalpan, Huamantla, Apizaco, Tlaxcala. Y pues como no teníamos nada que hacer, a cada ciudad a la que íbamos, hacíamos un programita de mano. Un programa de mano hecho a mano, por cada ciudad”, aclara Alejandro Jara.

Mireya Cueto, Roberto Lago y Gilberto Ramírez Alvarado Don Ferruco imparten conferencias a las que se suma la mesa redonda Los títeres ayer y hoy, en la que participan Ramón Alva Hernández, José Ramón Flores y Rosa María Alva Hernández.
Pero entonces comienzan las dificultades. “En ese año todo fue sacado con las uñas. Hace que haya unas fricciones”, reconoce Jara Villaseñor. Reclama las malas atenciones dadas a los titiriteros. Y eso “no les gustó a las autoridades, y luego hubo algunas incomprensiones”, afirma.
Esas fricciones hacen que Jara Villaseñor se marche de Tlaxcala, para colaborar en la compañía El Tinglado de los Títeres, de Mireya Cueto. En tanto, Guadalupe Alemán echa a andar el taller de teatro del Colegio de Bachilleres.
Paradójicamente, el gobierno estatal reconoce en una edición del Periódico Oficial impreso en diciembre de ese 1984 lo siguiente: “evento importante es el Festival de Títeres y marionetas incorporado exitosamente a las actividades culturales de Tlaxcala. Es intención darle carácter nacional e internacional en el futuro”.
En enero de 1985, el ITC anuncia que “consecuentes con la actividad se propone […] continuar organizando anualmente el festival de títeres y marionetas, dándole carácter nacional y proyectándolo con participación internacional en el futuro”. Sin embargo, no ocurre así.
Guadalupe Alemán contrasta: “De manera institucional el Festival se ausentó de Tlaxcala durante tres años 1985, 86 y 87”. Y Jara la respalda: “Esos tres años no hay festival. Estamos hablando de 85, 86 y 87”.
Pero los personajes del Volkswagen sedán son perseverantes. Se vuelve a escuchar la voz de Guadalupe Alemán: “le dimos seguimiento impartiendo talleres, invitando a grupos como Periquín Domínguez y Bartolito y sus muñecos —titiriteros ambulantes—, a dar funciones en diferentes Municipios del Estado, participamos también en las ediciones de la Feria de Tlaxcala. Hicimos trámites ante la señora Silvia Pinal —primera dama del Estado de Tlaxcala— para dar continuidad a los Festivales, entregándole una carta el 1° de julio de 1985, la seguíamos a los eventos oficiales y le recordábamos nuestro asunto”.
En el ínterin se gesta la idea de crear un museo del títere, cuya sede sería la cuna de los Rosete Aranda: Huamantla. El proyecto prospera y el 9 de agosto de 1991 inicia actividades el Museo Nacional del Títere. Pero esa es una narrativa que no cabe en esta historia. Otro día se las platicamos.

Entonces ocurre el milagro de la multiplicación de los festivales. Gracias a la conjunción de las voluntades de la burocracia –dicho sin ánimo de ofender a nadie– directivos del ISSSTE apoyan la idea de retomar el hilo de los muñecos, que se habían quedado desmadejados desde 1985.
“En 88, dada nuestra cercanía con el ISSSTE, hablamos con los compañeros que trabajaban ahí, y también con los funcionarios”, refiere Jara Villaseñor. El resultado fue la rehabilitación del encuentro titiritero.
“Y en 1988 se da continuidad a los Festivales y se organiza el Tercer Festival de Títeres en Tlaxcala Rosete Aranda. Por el seguimiento que le dimos a la difusión y formación de los titiriteros tlaxcaltecas, en los años 1985, 86 y 86, en este Festival se presentan dos nuevos grupos “Apiti” de Apizaco y “Xochiqueponi” de Santa Ana Chiautempan”, aporta Guadalupe Alemán, quien también cuenta la siguiente anécdota:
“En el Tercer Festival, teníamos que montar la exposición en Huamantla y no contábamos con vehículo para transportar los capelos y los títeres para llegar a la Colecturía. La policía de Tlaxcala nos prestó una camioneta —le llamaban Julia—, y tuvimos que viajar como lo hacían los guardianes del orden, afuera del transporte, en la parte de atrás aferrados a un tubo, porque adentro iba todo el material y no había sitio para nosotros, ¡estaba lleno de títeres! Trabajábamos los tres con la consigna La función se tiene que dar y la exposición se debe inaugurar”.
El ISSSTE, en un acto de conciencia ecológica, imprimió afiches para anunciar el festival “en papel reciclado de los carteles que hacían ellos ahí”. El chiste es que hubo un “buen apoyo”. Ya para entonces había nueva administración estatal que dio su espaldarazo al proyecto.
“El maestro Desiderio nos regala un logotipo, que es el que actualmente utilizamos. Y estaba el ISSSTE, tanto de la Ciudad de México, como el de acá. El ITC, el gobierno del estado y Tiripitipis. Ahí estamos otra vez, con conferencias, exposiciones en Huamantla y en Tlaxcala. También en ese año de 1988, por primera vez emplean el nombre de los Rosete Aranda, aunque los descendientes de los marionetistas huamantlecos no siempre estaban de acuerdo.
“A veces lo quitábamos. No voy a entrar mucho tampoco a explicar, pero hubo a veces problema por el nombre. A veces se llamaba, a veces no. A veces se enojaban, porque poníamos el nombre sin que ellos estuvieran de acuerdo”, explica Alejandro Jara.
El festival empezó con una ceremonia ritual en San Miguel del Milagro y un desfile en la ciudad capital; también llegó a más poblaciones, como Ixtenco, Tetla, Panotla, Zacatelco, Nativitas y San Pablo del Monte, aunque duró menos tiempo, apenas 15 días. Participaron once grupos.
A las habituales expos y conferencias, entre las que destacó la impartida por el poeta estridentista Germán List Arzubide (Los títeres y su visión poética), se suma el primer concurso de elaboración de títeres, por consejo de Roberto Lago. La idea era hacer que la gente volviera a interesarse por este arte.
Algunos de los muñecos hechos en el 88 fueron incorporados en las exposiciones que se organizaron un año más tarde, durante la cuarta edición del Festival, que traería una satisfacción adicional: un viaje a Cuévano, ciudad también conocida como Guanajuato.

Entreacto: por tierras cervantinas, 1989
De forma por demás escueta, el escrito de Guadalupe Alemán resume en tres líneas una de las escasas participaciones de artistas tlaxcaltecas en el Festival Internacional Cervantino, el más importante de México.
Así lo recuerda ella: “En ese año, se formó un grupo de titiriteros tlaxcaltecas y con la asesoría de don Panchito Rosete Aranda, se participó en la edición 17 del festival Internacional Cervantino, de Guanajuato, con el espectáculo Las auténticas marionetas Rosete Aranda”.
Más prolífico, y acorde con la trascendencia del acto, Alejandro Jara rememora que habían llevado “un proyecto a las autoridades del ITC para hacer un montaje con los títeres Rosete Aranda, y así presentar el proyecto ante el Cervantino de ese año de 89. Hojas y hojas teníamos que llenar. El señor Miguel Narváez nos alquilaba sus títeres. Don Panchito Rosete Aranda vigilaba que la cosa estuviera bien. No quiso que la obra se llamara Rosete Aranda. Que no mencionáramos el nombre Rosete Aranda, por si nos quedaba mal algo. El espectáculo se llamaba “Títeres de Tlaxcala. Espectáculo tradicional con sus marionetas legendarias”. Y mencionábamos aquí su atalaya en Huamantla.
“Lo interesante es que ya, de no haber ningún grupo titiritero, más que nosotros, Tiripitipis, en el primer festival, poco a poco se van creando y en ese 89 participan adultos, quince por lo menos, que ya tenían un grupo de títeres aquí. Hay gente de Santa Ana, como Conchita Gómez Rábago, de Apizaco, de Tlaxcala, de San Pablo Apetatitlán.
“Fue un trabajo que presentamos en el Cervantino, con cuadros de época; lo montamos en Guanajuato y en el Teatro Xicohténcatl”.
–¿Tuvo nombre ese grupo?
–Nuestra camiseta decía “Títeres de Tlaxcala”.
–¿Cuántas funciones presentaron en el Cervantino?
–Dos y dos. Dos allá y dos acá. Fue muy efímero.
Quinto acto: internacionalización y fin de la obra
Fue en 1989 cuando el festival de títeres de Tlaxcala dio algunos de sus pasos más importantes. A la participación en el Cervantino, se sumó la internacionalización del proyecto.
Jara Villaseñor evoca a Susana Rodríguez Araujo, funcionaria de las oficinas centrales del IMSS, a quien había ayudado a preparar sendos festivales “en honor a Roberto Lago y a Gilberto Ramírez”. Ella era la encargada de organizar un festival titiritero para ese organismo tripartito, cuyo poder económico le permitía invitar a grupos extranjeros.

Viendo “que el trabajo era serio”, Susana Rodríguez propone que los grupos foráneos viajen a Tlaxcala para ofrecer funciones, aprovechando la cercanía con la Ciudad de México. Un conductor iba por los titiriteros hasta la capital del país y los regresaba en la noche. Y de nueva cuenta al día siguiente: un auténtico trasiego de marionetas y sus manipuladores.
“Y así, el festival de títeres, humilde que nació con hojas de papel reciclado, se vuelve internacional en 89”, asienta Alejandro Jara. Guadalupe Alemán apunta que fue el quinto festival el que ya tuvo el mote de internacional, efectuándose en 1990.
Así lo refiere ella: “Y en 1990, con el apoyo de los maestros Gilberto Ramírez Alvarado y Roberto Lago, hicimos trámites ante el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), que organizaba un Festival Internacional de Títeres en el Distrito Federal, solicitamos que los grupos participantes hicieran una extensión de sus presentaciones en Tlaxcala, fueron semanas y semanas de ir a la ciudad de México, de hacer antesalas, solicitar audiencias, recuerdo muchos días que llegábamos muy temprano y nadie nos recibía, salíamos a comer y regresábamos a seguir esperando, hasta que nos abrió la puerta de su oficina la Lic. Susana Rodríguez, que nos brindó todo su apoyo.
“Y DE ESTA MANERA EL FESTIVAL EN NUESTRO ESTADO SE CONVIRTIÓ EN EL: Quinto Festival Internacional de Títeres Rosete Aranda, del 16 de abril al 16 de junio —dos meses, apoyados por el Gobierno del Estado de Tlaxcala a través del Consejo Estatal de Cultura, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA)”.
Por primera vez se llega a todos los municipios, o al menos a sus cabeceras. En ese entonces eran 44 demarcaciones. “Nos tenían que dar oxígeno, porque no aguantábamos”, indica Jara. Pero, sobre todo, anticipa su salida: “Poco a poco mi ciclo iba terminando”.
Sin embargo, aún tuvo combustible para organizar y participar en la sexta edición, que también llegó a los 44 municipios y coincidió con la inauguración del Museo Nacional del Títere. Todos los proyectos que habían planteado en 1983, al menos los más sólidos, el festival y el museo, eran ya una consistente realidad.
“Somos humanos y siento yo que terminó nuestro ciclo aquí”, reconoce, mientras se le apaga la voz. El recuerdo del episodio lo entristece.
Nada es para siempre.
Bonus track: una (breve) historia de los títeres contada por un titiritero
Estamos en el Museo Nacional del Títere. Acabamos de conseguir tres tandas por un boleto. De pie frente a un capelo que resguarda títeres elaborados en tierras americanas por manos de gente que vivió antes de la llegada de Colón y sus marineros, Alejandro Jara Villaseñor comienza la historia de la historia de los títeres.
“Para hablar de los títeres en México, debemos mencionar qué hay en el mundo antiguo sobre los títeres. Sabemos que en regiones como Harappa, en India, o en Egipto hace 4 mil años, aproximadamente, ya había figuras articuladas que tenían los brazos, uno que otro las piernas y que ponían cerca de las tumbas, fundamentalmente.

“Esa tradición de las figuras articuladas pasa después a Grecia, con los neuropastas, luego llega a Roma, en el siglo I o II. Durante muchos siglos se mantiene vigente en parte de Asia, en Europa y evidentemente en África con un contenido mucho más mágico, más religioso.
“En América se toma a México como un lugar muy preponderante del desarrollo precolombino de los títeres. Sabemos que, por ejemplo, en Oaxaca, para el año 1000, aproximadamente, se representa un muñeco fuera de la mano o dentro de la mano, todavía los investigadores no se ponen bien de acuerdo.
“Hay una figura que creo que pronto estará aquí en este Museo Nacional del Títere de Huamantla, donde hoy nos encontramos, que viene de Guatemala, de Santa Lucía Cotzumalguapa, por cierto esa figura es el logotipo de Tiripitipis, actualmente mi grupo. Ahí hay un titiritero que trae en la mano derecha un muñeco de guante. Esa figura, según los investigadores, data del año 500, ya de nuestra era, hace mil 500 años.
“En muchas partes de nuestro país hay numerosas figuras articuladas, como las que se exhiben en el Museo Nacional del Títere, en este caso, de Cacaxtla, pero también en otras regiones arqueológicas del estado de Tlaxcala se han encontrado con una fisonomía diferente, y no solamente en Tlaxcala, sino, por ejemplo, en Teotihuacan, del año 200 hasta el 700, se estuvieron utilizando figuras articuladas, con un fin religioso.
“Hay centenas de figuras teotihuacanas, con brazos articulados, con piernas, y una que otra con la cabeza también, en muchos museos de nuestro país y del extranjero. Los titiriteros y algunos investigadores piensan que son una referencia directa del arte de los títeres en el mundo precolombino.
“Afortunadamente, y también fue una fortaleza para la creación, primeramente, del Festival Internacional de Títeres de Tlaxcala en 1983, y posteriormente, también fueron muy importantes para la creación del Museo Nacional del Títere en 1991. Gracias a algunas personas que han comprendido esto, hay figuras originales en el Munati.
“Vamos a hablar de América, había un trabajo titiritero que era sumamente religioso, con la danza, con la música, que era el contacto directo con las deidades. Cuando viene de Europa, después de 1500, una serie de grupos titiriteros, era ya un trabajo más vernáculo, más para ganar la vida, y muchos pasaban por Huamantla, que era uno de los caminos de Veracruz a la ciudad capital.
“Aquí estamos hablando de un contacto con el ser íntimo de las deidades. Los otros títeres, salvo algunos, es para ganarse la vida. Hernán Cortés, en una carta, en 1532, habla que en Tenochtitlan había un barrio donde vivían los que hacían flores como la de Castilla, dice él, los que hacían danzas. Y dice Hernán Cortés: “Y los que hacen títeres y otros juegos. Y están el tiempo que quieren y vanse a donde se les antoja, y a donde mejor partido les hacen”.

“Fray Bernardino de Sahagún habla del que hace salir a los dioses, que era una especie de saltimbanqui. Entraba al patio de los reyes, sacudía su morral y va llamando a los que están en él. Van saliendo unos como niñitos, muy bello es su atavío de mujer, su faldellín, su collar de piedras finas, su capa. Igualmente, los varones están bien ataviados. Bailan, danzan, representan lo que dice el corazón de él. Y cuando lo han hecho, entonces remueve el morral otra vez, luego van entrando, se colocan dentro del morral, y por esto daban gratificaciones al que se le llamaba “El que hace salir saltar o representar a los dioses”.
“Ese texto lo escribió fray Bernardino de Sahagún en base a los sabios, a los tlamatimine. Él lo tiene en náhuatl y ya después, el padre Garibay, en el siglo pasado, lo tradujo al castellano.
“Pero como este texto, donde hay muñecos que bailan, cantan, que representan lo que dice el corazón de él y que además le dan caldito para la tortilla. Hay otras referencias. “El mismo Bernal Díaz del Castillo, en una de sus escritos, dice que cuando van a perseguir a unos españoles que se habían ido con los tesoros, había que agarrarlos, porque si no, qué le mandaban luego a los reyes, y en la expedición punitiva va una serie de personajes, casi todos con nombre y apellido, y después, abajito, los que llevan sacabuches, los que llevan bolsainas, y dice Bernal Díaz del Castillo, también llevan los que hacen títeres y otros juegos. Nuevamente la palabra títere”.
Yassir Zárate Méndez
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Fotografía: Federico Ríos Macías
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Fotografía: Archivo de Guadalupe Alemán
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