Margarita Martínez, mujer que lucha por romper atavismos

Publicada Diciembre 2009 Edición 25

* La ciencia le permitió ser madre a los 50 años de edad

* Pensaba estudiar letras o trabajo social; ahora es una científica reconocida

* Este año ganó el Premio Xochitecatcíhuatl por sus aportaciones en la rama de la biología

Desde niña, Margarita Martínez ha luchado por romper atavismos con base en su determinación para alcanzar metas. A pesar de que se dedica a la investigación, al principio no se consideraba muy inteligente como la mayoría de los científicos, pero asegura que esa limitación la suple con mucho trabajo, además de que ha aprendido que las labores en equipo siempre arrojarán mejores resultados.

Su adolescencia transcurrió entre la escuela y un establecimiento comercial de su padre, donde se pasaba las horas leyendo las obras del escritor argentino Julio Cortázar, a tal grado que deseaba estudiar letras, sin imaginar que la ciencia sería su campo de trabajo que la ha llevado a obtener varios reconocimiento, uno de ellos la Presea Xochitecatcihuatl por parte del gobierno de Tlaxcala en marzo de 2009, junto con Gabriela González Mariscal, también investigadora.

El trabajo científico, del cual ella es parte, le permitió ser madre de una niña y un niño a los 50 años de edad, a través de un método de reproducción asistida, esto es,recurrió a un vientre prestado en donde no sólo se gestó uno, sino dos embriones y cuyo producto son ahora sus hijos Amanda y Tomás, que ya tienen dos años de edad.

Margarita Martínez Gómez es nuestro personaje de este mes. Ella es investigadora titular B, de tiempo completo, vinculada a la UNAM y a la UAT, tiene el nivel II del Sistema Nacional de Investigadores y Pride de la UNAM.

Margarita es licenciada en biología por la UNAM, maestra en biología en la reproducción por la UAT y doctora en ciencias fisiológicas por la UNAM. Ha obtenido varios premios, como el Sor Juana Inés de la Cruz por el Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM, entre otras distinciones.

“Nací en Xalapa, Veracruz, en 1958. Soy hija de una familia muy modesta y conservadora por parte de mi padre Tomás Martínez; fui la primera de la familia que accedió a la universidad. Mi padre no quería que estudiara, pensaba que las mujeres eran para casarse, tener hijos y que el marido las mantuviera, debido a que él es originario de Nautla”, relata Margarita quien recibe al equipo de Momento en la oficina que tiene en el Centro Tlaxcala de Biología de la Conducta (CTBC) de la Universidad Autónoma de Tlaxcala (UAT).

“Mi madre, Angelina Gómez, estudió para maestra en la normal y gracias a ella fue que nos impulsó para que estudiáramos. Mi padre era un comerciante que pensaba que todo tiene que ser hecho por la familia, de manera que desde pequeña estuve en la tienda donde hacíamos de todo. Con los años el negocio se volvió muy próspero, pero aún así las tres hijas del primer matrimonio de mi papá apoyábamos en la atención a los clientes, por eso yo iba en la mañana a la escuela y mi hermana en la tarde para cuidar la tienda”.

Margarita no se considera una persona “muy inteligente como veo que es la mayoría de los científicos, pero soy muy trabajadora y eso fue gracias al entrenamiento que nos dio mi padre, porque al estar en la tienda aprendimos mis hermanas y yo a estudiar y a trabajar al mismo tiempo”, rememora.

Incluso, recuerda que a escondidas de su padre estudiaba o leía un libro, ya que don Tomás les reclamaba que por estar distraída no atendía bien a la clientela ni cobraba bien.

“Era muy matada para estudiar, me gustaba mucho la historia, durante mucho tiempo pensé que iba a estudiar letras o trabajo social porque me gustaban mucho los cuentos. En la tienda era muy fácil tener un cuento o un libro para estar entretenido mientras llegaba un cliente, pero mis padres me dijeron que no porque esas carreras se impartían hasta Poza Rica y estaba lejos”, agrega.

– ¿Cómo decide usted estudiar la carrera de Biología?

– Cuando ingresé a la preparatoria conocí a una bióloga que era amiga de mi madre, era muy bonita físicamente y en su manera de dar la plática, ahora entiendo que era una buena divulgadora, porque ni siquiera era una científica, impartió una conferencia en el bachillerato y de un día para otro decidí estudiar biología.

Al tocar el tema de la belleza física, recuerda que tiene una hermana que es muy bien parecida y por eso sus amigos andaban con ella, con el fin de acercarse a su hermana (risas).

Sin embargo, cuando egresa de la preparatoria y se inscribe en la Universidad Veracruzana para estudiar biología, enfrenta problemas porque en el bachillerato no recibió una instrucción orientada a las ciencias, sino a las letras, salvo las clases de cálculo y por eso ingresó a esta institución de nivel superior.

“Lo que nunca me había pasado fue reprobar un parcial de biología con la maestra que era amiga de mi madre, pues era fan de Julio Cortázar con sus amores de juventud. En el momento que enfrento los temas relacionados con la célula y la química no entendía por mi formación en la preparatoria en el área de letras, pero mi mamá me inscribió a unos cursos de regulación y fue así que empecé a entender las clases, además le dio un durísimo golpe a mi ego, pero a final pasé bien el semestre”.

Por la cultura conservadora de su padre, Margarita no era de las jóvenes que acudían con frecuencia a un café con sus amigas, aunque de vez en cuando iba a fiestas con el consentimiento de su madre, pero no era tan a menudo por atender la tienda familiar.

Conforme pasaron las semanas en la universidad, Margarita encontró a un grupo de biólogos a quienes les llamaba la atención las letras y las artes, lo cual fue extraordinario para ella porque en una época estudió en el conservatorio danza, solfeo y hasta piano. Su incursión en un ambiente poco conocido hasta entonces por Margarita la llevó a tener la primera de las “dos o tres” crisis depresivas de su vida.

“No soy muy dada a deprimirme, ni de crisis, he tenido dos o tres, pero han sido muy evidentes. La primera crisis existencial que tuve fue ver que todos mis compañeros eran inteligentes y creativos, pues, según yo, no tenía esa habilidad, de momento me sentía menos, aunque siempre tuve la habilidad de que no me importaba trabajar mucho”, se sincera.

– ¿Cómo descubre que tiene la inteligencia y la capacidad de hacer las cosas en el campo de las ciencias?

– Me voy dando cuenta a lo largo de la carrera. Había algunas materias que te debes aprender casi de memoria, sobre todo en los primeros semestres. Había una especial que era Metodología de la Investigación en la que te ponían a pensar y a algunos compañeros no les gustaba.

Tenía compañeros que querían hacer las cosas, eran como los tarzanes, íbamos al campo y se encaramaban en los árboles, íbamos al mar y se aventaban al agua. Yo era más tímida y menos ágil, por lo que me quedaba con los datos que se recababan y me ponía a escribir. Me gustaba ir a la biblioteca, ver los libros, juntar la información y escribir. Me di cuenta que no estaba tan lejana a mi mundo, a mis habilidades. Una cosa importante que aprendí desde esa época y que ha sido importante para crear el Centro Tlaxcala de Biología de la Conducta de la UAT es trabajar en equipo.

«Los investigadores también tienen vida privada y se divierten»

Recuerda que una de sus primeras investigaciones fue con macacos en Catemaco, Veracruz, con un grupo de jóvenes para aprender fisiología.

Posteriormente se va a la UNAM a hacer la tesis de licenciatura en biología con el doctor Pablo Pacheco, quien a la sazón estaba enfocado en investigaciones de neurofisiología, lo cual le genera muchas interrogantes porque ella estaba enfocada a estudiar el comportamiento psicosocial de los monos.

“La verdad es que tuve mucha suerte porque el doctor Pacheco era muy creativo y al mismo tiempo era muy disperso, debido a que no tenía alumnos de tiempo completo, por lo que habitualmente llegaba a las 11 o 12 del día.

Era otra época para los investigadores porque no tenían tanta presión como la tenemos ahora”. Como el doctor Pacheco tenía colegas fuera de México,

Margarita tuvo la oportunidad de ir a Canadá a la Universidad de Magiff, donde descubre un mundo académico diferente, pero también tiene que soportar las bajas temperaturas, lo cual era completamente ajeno a ella porque estaba acostumbrada al calor. Ahí aprendió a hablar el idioma inglés, lo cual a su regreso le complicó su ingreso a una maestría en la UNAM.

“Quise entrar a la maestría en la UNAM regresando de Canadá. Presenté el examen de conocimientos de fisiología, tuve las calificaciones más altas, pero no aprobé el examen de inglés, a pesar de que ya lo sabía. No quise llevar el diccionario que me ofrecieron y en la evaluación confundí las palabras y hubo en la universidad un escándalo porque no me aceptaron, no obstante que ya sabía hablar inglés”.

Este hecho deriva en que Margarita venga a Tlaxcala en 1985, a través de una invitación que le hizo Carlos Beyer a Pablo Pacheco, quien se molestó con los directores de la UNAM porque no admitieron a su pupila en la maestría.

En 1986, Margarita es contratada en el Cinvestav y empieza a trabajar en un pequeño espacio en el Centro Expositor Adolfo López Mateos de la ciudad capital para poner en operación un bioterio y un laboratorio, gracias a que ya aprendió de Pablo Pacheco a que los investigadores deben competir por conseguir financiamiento para el desarrollo de proyectos.

“Mi maestro estaba en otra época, cuando la institución en la que trabajabas te daba para realizar proyectos de investigaciones, o como decía el doctor Beyer, que había que ir con algún conocido para que apoyaran con recursos un proyecto.

“Sin embargo, yo empecé a investigar en una época en la que hay que competir por el dinero y escribir mucho, entonces obtuvimos un par de donativos y montamos ese centro. En 1996, fundé el Centro de Investigaciones de Fisiológicas, hoy Centro Tlaxcala de Biología de la Conducta en la UAT.

“Logré que nos construyeran un espacio en el campus de Rectoría, a pesar de que la pretensión del entonces rector de la UAT, Alfredo Vázquez Galicia, era que no hubiera animales en esta área, pues aquí desarrollamos investigaciones con moscas, ratas, conejos, peces, incluso hemos tenido chinches. El rector me aprobó el proyecto, pero me pidió tener cuidado con las moscas y las ratas”, detalla.

Margarita afirma que el CTBC tiene como objetivo hacer investigaciones de calidad, formar recursos humanos, así como fomentar la vinculación y la divulgación de la ciencia.

– ¿Qué tanto apoyo reciben los investigadores de parte de la autoridad?

– Tiene muchos matices, tengo muchos años en la UAT y he visto cómo se ha desarrollado la investigación. Aquí se abrió la maestría en biología con el impulso de los doctores Pablo Pacheco y Carlos Beyer y la formación que tuvimos los alumnos fue similar a la de otros lugares.

“Sin embargo, al paso de los años me he dado cuentan que muchos colegas pensaban que hacían investigación y una vez me invitaron a una reunión en la que se planteaba cómo a través de una investigación científica se iba a resolver el problema de la basura en Tlaxcala. Yo les respondí que eso no era un problema científico, es un problema de organización social de la comunidad”.

Por eso, “vi muchos recursos que se fueron para cosas que realmente no eran investigación, ni siquiera aplicada, como lo del Zahuapan, La Malinche o la conservación de los recursos naturales.

“Creo que sí hubo mucho dinero, pero nuestra mala preparación en términos como sociedad no nos permitió hacer un buen uso de ellos. Mucho dinero que fue derivado para investigación no fue productivo en ese sentido.

“En la investigación científica hay normas o reglas como en todos los grupos sociales. Los investigadores deben cumplir ciertos estándares y no sólo son los grados que tengas como puedes obtener apoyo para el desarrollo de los proyectos, hay que tomar en cuenta la manera en cómo buscas un conocimiento adicional, cómo la validas y luego convencer a un grupo de homólogos de que lo que hiciste está bien hecho y finalmente hay que publicar los resultados de la investigación.

“En Tlaxcala he visto muchos buenos proyectos, puede ser una buena investigación, pero no se publica. Si no se publica, no cumples con tu compromiso y responsabilidad, porque nosotros conseguimos recursos del gobierno a través de concursos, no es de nosotros, es dinero público y tenemos la responsabilidad de publicar en revistas connotadas, pero también en publicaciones más sencillas que tengan rigor científico. Si no se difunden los trabajos, el dinero se tira al vacío”.

– ¿Qué opinión tiene respecto del discurso de que no se invierten mayores recursos a la ciencia y a la tecnología?

– En parte es cierto, por eso insisto que el apoyo a la investigación tiene muchos matices. El dinero no es suficiente cuando competimos muchos investigadores, algunos incluso que están inscritos en el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), pero además de los grados hay que tener buenas preguntas de investigación.

“Antes tenía mucho poder la investigación básica, sobre todo porque las presiones sociales y los problemas regionales son muy grandes, pero ahora por el poco dinero se busca determinar qué investigación es más pertinente o relevante frente a otra propuesta que pueda ser muy importante, pero que no se le ve una aplicabilidad inmediata”.

Margarita concluye que el dinero no alcanza para apoyar todas las propuestas y en ese sentido los investigadores “peleamos porque se respalde la propuesta de cada uno de ellos, pero si nos comparamos con otros países de Latinoamérica que tienen una economía similar a la de nosotros, estamos mal porque el gobierno no identifica que la investigación científica es una posibilidad de impulso a la actividad económica y a la mejoría social de un país. Lo identifica como un discurso, pero a la hora de aportarle dinero, pues no se ve el apoyo como en otros países de este continente”.

– ¿Ha detectado qué estudios se requieren en Tlaxcala para resolver los problemas?

– A nosotros los científicos nos encanta opinar sobre todo y creo que a veces es malo porque somos luego tan especializados que no vemos todo el panorama correcto. Me parece que lo que hace falta es un verdadero diagnóstico; intuitivamente todos vemos los problemas, no se necesita ser científico para ver los problemas de la contaminación, de salud y de pobreza que pueden estudiarse desde el punto de vista científico.

“Si operara realmente el Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología, que es algo que se supone debería estar funcionando, pero que no ha operado bien por algo que no entiendo, se podrían conjuntar diferentes investigadores de las áreas sociales, humanistas, biológicas y de salud.

En mi área sí sé cuáles son algunos de los problemas que hay que atender inmediatamente.

– ¿Cuáles son esos problemas?

– La atención de los recursos naturales es algo que estamos tratando de atacar en La Malinche. Esa montaña es un tesoro que todavía tenemos en Tlaxcala, lo mismo que la parte de Tlaxco en donde aún hay bosque. Somos un estado básicamente que no tiene bosque, tiene muchas carreteras y mucho crecimiento urbano, pero lo demás nos lo estamos acabando.

“Hay que ver qué recursos naturales tenemos y cómo los podemos preservar. El gato montés es una especie en peligro de extinción, pero no se ha estudiado a pesar de que es un elemento clave en la cadena alimenticia. Tlaxcala es de los pocos estados que aún tienen esta especie y calculo que en 10 años ya no lo vamos a tener, ¿a dónde está el apoyo para impulsar un proyecto para preservar esa especie? Eso podría impactar en otras especies dependientes de ellos.

– ¿Cómo vive un científico en el aspecto económico y en su vida personal y social?

– Eso de que los científicos vivimos mal es un mito, nosotros vivimos bien, es una profesión rentable. Pero para vivir bien debes tener tus grados para tener un salario o becas, puede estar inscrito en el SNI y puedes ir escalando.

“Una de las cosas que hemos discutido es que esto a veces no se hace atractivo para los muchachos, debido a que ven mucho la publicidad de una persona que anda con un teléfono celular, un coche del año y una rubia que lo acompaña, pero en el campo de la investigación no se logra un crecimiento económico en lo inmediato, la carrera de investigador es de mucho trabajo y esfuerzo hasta lograr algo, es muy difícil que apenas te recibas del doctorado y te den la beca más alta del SNI, eso no pasa”.

Amanda y Tomás, el regalo más grande en la vida de Margarita

– ¿Tiene vida social?

– También es interesante este tema, porque mucha gente dice que los científicos son muy neurasténicos, pero depende de la personalidad de cada uno, a mí me gusta bailar por mis raíces veracruzanas y salseras, tuve muchos novios y parejas, porque este medio te lo permite.

“En mi caso hay veces que me paso los sábados y domingos en mi oficina porque me encanta sentarme a escribir y no porque el trabajo me obligue. En ocasiones me escapo un rato porque es mi momento de paz, pero cuando tenía mis parejas me desaparecía del laboratorio entre semana o fin de semana para viajar. He ido a China, Europa, Brasil, Canadá por cuestiones de trabajo y te quedas hasta una semana para aprovechar el viaje.

“En resumen, puedo decir que se vive bien en este medio, pero también depende mucho cómo sea la personalidad y la formación de cada investigador, el hecho que seas científico no te limita a tener una vida privada normal. He visto dramas pasionales y chismes dentro de los laboratorios, al igual que toda la gente”.

José Carlos Avendaño Flores
Fotografía: Narciso Palma

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