Mirasoles

Todos los nietos escuchamos atentos la historia del abuelo Miguel sobre como conoció a la abuela Iliana un día de septiembre y de cómo surgió ese extraño ritual familiar de viajar a esta gana­dería a ver los enormes pastizales engalanados del color rosa de los mirasoles. A veces un toro bravo se asomaba de manera escurridiza ante los extraños. Afortunadamente la cerca de madera y alambre de púas nos protege de cualquier atrevimiento a embestir y todos disfrutábamos la escena tan contrastante de un majestuoso toro bravo y la belleza de los mirasoles ondeando con elegancia movidos por el viento.

Don Miguel conoció a la abuela Iliana después de una corrida de toros donde fue embestido por el toro llamado “Atrevido”, casi al final del tercer tercio. Iliana fue la enfermera que lo atendió. Ella era completamente anti taurina pero era más el amor a su profesión y por eso estuvo presente ese día en la plaza de toros. El abuelo recuerda que la fabulosa enfermera mos­traba una cara entre felicidad y preocupación. Eso fue parte de lo que lo enamoro.

Al sanar sus heridas el abuelo se retiró de la fiesta brava y se dedicó a criar toros de lidia. La abuela no fue fácil de conquistar y por eso en los primeros días de septiembre Don Miguel la invito a visitar los campos de crianza. Ahí comenzó la historia de los mirasoles. Unos días antes de septiembre los botones de estas flores comienzan a asomarse tímidamente. Se puede ver una o dos flores entre los kilómetros de los pastizales. Pero justo los primeros días de sep­tiembre, como si los capullos estuvieran atentos al calendario brotan en todo su esplendor.

Al llegar Iliana a los pastizales quedo sor­prendida del mar de mirasoles que habían brotado, era su flor favorita desde niña. Don Miguel aprovecho para decir que eran obra de su magia para darle la bienvenida. El abuelo cuenta que las flores apuntaban hacia ella y la miraban emocionados. Ahí supo que Doña Iliana era como un sol.

Ya no recuerdo la primera vez que hicimos esa visita al florecimiento de los mirasoles con la abuela presente. Pero si recuerdo la última. La abuela había enfermado de cáncer un año antes. Llego muy debilitada pero se bajó de la camioneta caminando lentamente. Puedo jurar que las flores ondeaban lentamente y se dirigían a ella. La abuela era mágica, una mujer valiente, emprendedora y para mí, su nieta favorita, era un modelo de mujer a seguir.

Doña Iliana falleció hace un año y esta es la primera vez que no está presente en la visita a los campos de la ganadería Emiliano Zapata. Y el abuelo cuenta que la vida nos hace coincidir con personas que nos salvan. No solo de las heridas físicas sino de las heridas emocionales. Eso hizo la abuela Iliana con él. Finalmente recuerda este ritual del florecimiento de los mirasoles como un renacimiento. A pesar de todos los problemas durante el año porque en las relaciones no todo es miel sobre hojuelas, hay discusiones y diferencias. Pero pasara lo que pasara, el primer día de septiembre al despertar había una canasta con bocadillos y agua fresca para emprender la visita anual al florecimiento de los mirasoles.

El abuelo recuerda que hace algunos años cuando estuvieron a punto de separarse. Des­pués de una fuerte discusión donde hicieron el viaje, completamente serios sin decir palabra ella dijo:

“Aun cuando pasen los años, esas florecillas silvestres harán que me recuerdes ya sea para bien o para mal”

-Cuánta razón tenía Iliana – murmura el abuelo mientras unas lágrimas caen por sus mejillas. Y juro que los mirasoles miran hacia su lado como si la abuela estuviera presente.

Tomás Galicia
Foto: Archivo Revista Momento

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