Publicada Octubre 2012 Edición 59

“Ojalá el otoño pase pronto” decía mi abuela en los momentos difíciles, nadie de la familia le pedía explicación, y creo que pocos sabían el significado de esa frase. Pero la respetábamos, y sin saber a qué se refería, deseábamos que en verdad el otoño pasara pronto. Alguna vez mi prima Montse me preguntó a qué se refería la abuela con esa frase, y aunque no tenía ni la más remota idea, le dije que quizás era una frase que nos daba ánimo para seguir adelante y olvidar pronto. Pero qué diablos tiene que ver el otoño, ¿por qué no el invierno?, a mí no me gusta el invierno- decía Montse y tomaba una actitud intolerante, como siempre lo hacía cuando el mundo no giraba como ella quería. ¡Qué se yo, son cosas de mayores!, le dije y seguí disfrutando mi helado de chocolate. Ahora me ha dado por recordar a la abuela Lucy, y por añorar esas tardes donde llegábamos las cuatro primas de edad similar. Yo disfrutaba las visitas a su casa junto al río, porque nos preparaba un chocolate caliente y lo acompañaba con unos deliciosos hot cakes adornados con miel y mermelada de fresa. Nos leía cuentos de los libros del abuelo Matías, nos enseñaba a tejer. Al paso de los años cuando nos volvimos adolescentes y empezaron nuestros problemas amorosos, escuchaba atenta nuestras historias de amores fallidos. Y cada vez que terminábamos de contarle, se ponía muy seria y fijaba la vista en su tejido de punto, para decir solemnemente: Ojalá el otoño pase pronto…
La abuela murió hace once años, en sus últimos días padeció cáncer de médula que la consumió rápidamente, “Ojalá el otoño pase pronto” me dijo la última vez que la vi la mañana del día en que falleció. En los funerales de la abuela se dio la última reunión de primas, ya muy pocas veces nos reunimos hasta este domingo cuando falleció la hija de mi prima Montse. Ahí estábamos las cuatro reunidas nuevamente, Montse no dejaba de llorar, el viento soplaba furiosamente y arrancaba las hojas de los árboles, el cortejo avanzaba lentamente y el silencio únicamente era interrumpido por sollozos apenas audibles de la inconsolable Montse. Pero un ruido provocaba que el silencio interrumpiera su melodía, era el ruido de las hojas secas que pisábamos al avanzar. Era un crujido constante, las hojas secas nos recordaban silenciosamente el dolor de la pérdida, mirábamos los árboles completamente desnudos a merced del viento frío y helado que pegaba en nuestras caras. Extrañé la mirada tierna de la abuela a través de sus anteojos, me sentí como esos árboles desnudos implorando un consuelo rápido, un olvido instantáneo. Abracé a Montse, y sólo pude susurrarle al oído las sabias palabras de la abuela: Ojalá el otoño pase pronto…
Tomás Galicia
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