Publicada Octubre 2019 Edición 143

Alejandro Jara Villaseñor es algo reacio a hablar de sí mismo. Aunque la intención de entrevistarlo era la de conocer los orígenes del festival de títeres de Tlaxcala, es imposible dejar de preguntarle sobre su propia vida. Sin embargo, se resiste.
Hay que husmear en internet para saber que nació en Tacubaya en 1950. Que aunque cursó una ingeniería, su vocación era muy distinta; que también estudió idiomas, lo que le ayudará en su carrera como titiritero para viajar a países ajenos al español.
A pesar de su resistencia, durante la entrevista que concedió a Momento en el Munati para hablar sobre los inicios del encuentro titiritero, poco a poco deja aflorar algunos pasajes de su vida, casi todos relacionados con el mundo de los títeres.
Material adicional: un titiritero en su propia voz
–¿A usted qué lo animó a ser titiritero?
–Yo creo que el destino. Ingeniero en comunicaciones y electrónica especializado en Francia. Brrrr. [De la mochila que lleva para guardar carteles, programas y demás documentos relacionados con el origen del festival, saca un papel] Llenábamos algunas exposiciones con papelitos. No era tan sobrio como acá. Este era un poema anónimo. Lo voy a decir. Se llama “Oficios”. “Mi padre quiere que sea doctor y que a la gente quite el dolor, mas yo prefiero curar los gatos, perros, caballos, gallinas y patos. Mi madre me quiere ver profesora, dictando clases a toda hora. A mí me gusta escribir cuentos, con brujas, magos y encantamientos. Mi tío quiere que sea ingeniero, para que gane mucho dinero. Prefiero risas a su dinero y voy a hacerme titiritero”.

–¿Es como un credo?
–Pues hasta me brillan los ojos de lágrimas. Es un apostolado. Ser titiritero es un apostolado. Sabemos que hay gentes, titiriteros importantes, aquí en Tlaxcala, que han tenido cargos públicos, y todo, pero después caen en la desdicha de pelearse con alguien. A mí me pasó. Y luego andan ahí buscando cómo dar funciones, porque son muy buenos titiriteros.
–¿Qué le ha dejado ser titiritero?
–Mi mamá, que era pianista, fue educadora y venía de una familia de artistas, no le gustó mucho que yo, después de ser ingeniero, acabara siendo un titiritero a los veintitantos años. Años después, cuando me dieron el premio Rosete Aranda, me dice: “Ay, mijito, si yo hubiera sabido que ibas a viajar tanto, no le hubiera hecho tanto la guerra a tus muñequitos”. A partir de que me dijeron “Muchas gracias por haber trabajado en esto, pero ya no hay chamba para usted”, Roberto Lago me dice “Yo te ayudo a ir al extranjero”. Y empecé a viajar.
Van 17 países, desde Canadá hasta la Patagonia, o Francia, con mis titeritos como solista. A veces hay poquita gente, a veces mucha; a veces hablando en francés o en San Francisco en inglés o en portuñol en Brasilia. Es un arte de corazón”.
–¿Qué se necesita para ser titiritero?
–[Largo silencio. Piensa detenidamente en su respuesta] Pues… fe, yo creo. Fe en, como dice el poema, en que la risa, la alegría, el amor, puede ser una moneda de cambio. Y que en lo impermanente (sic) está la riqueza, y que más que enseñar a todo este mundo material, tenemos que, como titiriteros, abrir la puerta, a la creencia y a la seguridad de que hay algo más fuerte que nosotros, más importante que esta envoltura terrestre.
–¿Y usted cómo se ve a sí mismo?

–Si bien ahorita es una entrevista donde el ego aflora, evidentemente hay algunas emociones buenas y malas. Me veo en cierta etapa de mi vida, que sé que ya no me va a durar mucho. Hace cuatro años vine con una enfermedad; pensé que me iba a morir, sin embargo, me regalaron unos años más de vida.
“Siento que, por ejemplo, con la titeroterapia, la terapia a través de los títeres, uno puedo ayudar a otros por medio del oficio más allá del ego. Cómo puedo ayudar con mi arte, como lo hacen con la música, con la escritura, con todo eso.
“Me veo buscando cómo puedo servir con mi oficio, con mi apostolado que viene del maestro Don Ferruco, Roberto Lago, Fernández Ledesma, también un poco Mireya Cueto y Virginia Ruano. Con este oficio milenario, en el presente me toca representarlos, estar frente a una cámara, una grabadora y decirles a los jóvenes que vienen que este es un oficio antiquísimo, de mucha riqueza espiritual y también a veces te invitan a comer, pero hay que hacerlo, porque si no, pa qué pasa nuestra vida”.
–¿Para usted qué es el Festival Rosete Aranda?
–Huy. Pues, un hijo. Yo no había tenido hijos, hasta que me nació en Venezuela una jovencita, Daniela. No había tenido hijos, y esto era como un hijo. Cuando me separan del hijo, y todavía quería protegerlo otro tiempo, pero ya no era necesaria mi labor, pues sí fue una tristeza, pero ha crecido, está en muy buenas manos. Sabemos que está La Malinche que lo protege, y están gentes vivas y gentes muertas, como espíritus que lo están protegiendo. Uno ve cómo crece, cómo crece, cómo crece, por el bien de la cultura universal y del espíritu humano.
–¿Qué futuro le ve al Festival?
–Va bien. Va muy bien. Cuando empezaron a hacer los desfiles también se generó un agradecimiento del pueblo en cierta manera. Muchas de las salas están llenas cuando se dan [funciones]. Va creciendo y yo le he comentado al coordinador del festival que necesitamos hacer uno de los cinco continentes, donde venga un grupo africano, uno de Oceanía, además de los que vienen de otros continentes. El Festival es un bastión, no solamente en México, sino a nivel latinoamericano, y, por qué no, a nivel mundial.

A final de cuentas, el títere es una expresión universal.
Sí. Tomo de Vasconcelos el dicho y de la Universidad [Nacional] Autónoma de México: Por mi raza hablarán los títeres. Es eso. Repito: uno sabe que es impermanente (sic), uno va a convertirse en nada y este espíritu que nos cobija durante este tiempo, tiene que verter algo en la realidad que nos tocó vivir, o como escritor o como fotógrafo o como productora o como lo que seamos cada uno. Si lo hacemos de corazón, y le sirve para que un niño, en el caso de los títeres, se sonría, para que un discapacitado trate de tomar un títere con la mano y lo mueva.
–¿Qué papel cumplen los títeres?
–Son un vehículo entre lo divino y lo terrestre.
–¿Qué pesa más: la escritura de la obra o su representación? ¿El mejor titiritero es el que escribe sus obras o cada uno debe tener su trabajo?
–Ahora que estuve en Charleville, Francia, investigando sobre títeres precolombinos, descubrí un texto muy interesante, en francés, que hablaba sobre las carencias del titiritero solista, ese que hace todo.
“A veces a un titiritero solista la plástica le sale de la patada, o la dramaturgia le queda horrible, o la actuación es muy mala. Un solista tiene carencias en un lado y en otras tiene sus fortalezas.
“Muchos grupos fuertes tienen quiénes les hagan los títeres, quién haga la dramaturgia, los titiriteros manipulan, ya sea hilo, guante o varilla. Asimismo, hay un director en grupos grandes, que hay uno que otro muy bueno; aquí en México hay muy buenos. Pero como decía Mireya [Cueto], que no la había mencionado, el títere es, como los haces, con el espíritu a la materia”.
–¿Cuál es la función que más recuerda?
–Ahorita me acordé de una, en una de las escuelitas que está junto al zócalo de Tlaxcala, sobre la calle Lira y Ortega. Estaba el compañero Adolfo López, con María Elena Valtierra y Maricruz Castañeda, que formaba parte del grupo, y con dos personas más que ahorita olvido. Estábamos con el teatrino, un teatrinote grandote, en dos escalones, dando la función, y de repente, alguien, no sé si fui yo, empujó el teatro, y ¡paz!, se cayó para adelante todo, y nosotros como con 300 chamacos ahí, con los títeres. Lo resolvimos como pudimos.
–¿Algún comentario que recuerde del público?
–El niño malhablado. Un niño malhablado, que, por cierto, el licenciado Fausto Hernández lo menciona. No sé en qué pueblito andábamos con El gigante egoísta, de Oscar Wilde. Yo me paraba en un banquito y salía con unos guantes de piel rústica y una máscara. Entonces les decía a los titeritos “No, aquí no los voy a dejar entrar. Es propiedad privada”. Y estaba un niñito, y lo menciona bonito Fausto, que dijo: “No, tú vete a la…”, con todas sus letras. “Tú, chinga tu madre”. [RISAS]. Provocar eso también en el niño, tomar partido por la injusticia, por el gigante, hay muchos gigantes que te ponen propiedad privada, y que hay niños que quieren jugar en esa propiedad privada.

–¿Cómo se prepara para dar una función?
–Bueno, ya está la función. Ya sabemos que nos van a pagar tres centavos, ya está el público, faltan diez minutos. Ya armé. Es todo un ritual el armar las cosas. Últimamente hago una forma de tai chi, para el cuerpo; dos o tres minutos. Un poquito más larga. Y la voz también. Se cansa uno de la voz con el tiempo. Es una preparación leve, de algunas clases de canto que se han tomado para que la voz y el cuerpo estén adecuados.
“Me siento un momento a saber qué enfrento ahora; es como una corrida de toros, aunque a mí no me gustan los toros, que es a ver cómo te sale la función, porque te puede salir un toro bravísimo. Y un momentito de meditación, para sentirme en mi presente, y tratar de que cuando estoy ahí, frente al público, tratar de observarme, ver cómo están los títeres. No es fácil. Ese observarse es algo complejo, porque se puede lograr poco a poco.
–¿Cuál es su personaje favorito?
–Bobote me gusta mucho. Bobote lo hice en la casa de Don Ferruco, allá en Las Vizcaínas, en la Ciudad de México. Yo venía de hacer títeres en Francia, con material de desuso. Mi primera función oficial fue hace 42 años, en un metro de París, una guitarra, y un titerito hecho con material de desuso. Y luego en 79 regreso a México, me presento en el Politécnico con varios títeres que había hecho, unos en Francia, otros en México. La obra se llamaba Antes de recibirnos de ingenieros, recibámonos como hombres”.
Muy propio para el Poli.
Einstein la había dicho. Antes de ser hombres de ciencia, recibámonos como hombres. Y bueno, colorín colorado, esta entrevista se ha acabado.
Yassir Zárate Méndez
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Fotografía: Archivo de Guadalupe Alemán
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