Soledad

Es raro, ¿saben? Que todos dicen que mi madre ha sido la mejor maestra del mundo y han venido por decenas a su funeral y yo siempre he tenido la idea de que era la persona más estricta del mundo.

Es algo extraño y me hace sentir la peor persona del mundo, pero yo no tengo sentimientos de tristeza. Quizás porque ha sido muy fuerte verla sufrir los últimos años. Viendo cómo iba perdiendo sus facultades, cómo iba perdiendo la fuerza de las piernas y la capacidad de expresarse. Además de verla sufrir los dolores intensos que tenía por la noche y que no la dejaban conciliar el sueño.

Así que cuando me han avisado que ha fallecido he sentido una intensa paz. Pero yo no he podido llorar, yo no siento tristeza. Veo a mis hermanas derrumbarse llorando. A sus hermanas con los ojos rojos de llanto, pero yo no tengo esos sentimientos. Parezco un robot respondiendo mecánicamente las condolencias de sus exalumnos. Leo los mensajes de mis amigos diciendo frases que parecen no tener sentido.

Trato de recordar mi primer recuerdo con ella y es un regaño acompañado de un jalón de orejas. Aún siento miedo al recordar su mirada de enojo con la que nos controlaba cuando estábamos en casa de las tías y nos comportábamos de manera “indebida”.  Puedo sentir el dolor en mis orejas incluso ahora que ya no podrá corregirme de esa manera.  Pues ese es mi primer recuerdo y explica cómo fue con sus hijas.

Ella era profesora de primaria y siempre se la pasó trabajando, porque era muy dedicada con sus alumnos. Cuando la visitaba sentía cierta envidia de ver como trataba mejor a sus alumnos que a nosotras. Tengo más bonitos recuerdos de mi hermana Alondra, la recuerdo peinándome, preparándome el desayuno, acurrucándome en sus brazos cuando las cosas iban mal. Pero de María Soledad, mi madre, no logro tener algún recuerdo agradable.

Y como ironías de la vida, soy la hija que lleva su nombre, solo que yo lo he abreviado a Marisol. Así es como me llama la mayoría de mis amigos.

Luego recuerdo cuando ella me rompió el corazón, tenía doce años cuando en un concurso de poemas en la primaria, mi texto resultó ganador y además de un ramo de flores obtuve el derecho de decir el poema en el festival del día de las madres. Soledad daba clases en una escuela particular, en la mejor del estado y nosotras estudiábamos en escuela pública. Rara vez coincidía en nuestros festivales. Pero yo tenía la esperanza de que llegara porque se lo dije. 

Recuerdo perfectamente ese día que me ha perseguido durante toda la vida. Recuerdo estar buscándola entre los presentes y ella no estaba. Se había ido al festival de día de las madres de su escuela. Y había dejado a su pequeña decir su texto sin la presencia de su madre. Al llegar a casa arrojé el papel con el escrito al cesto de basura y fui a llorar a mi cuarto. Creo que desde ese tiempo no fui la misma. Me convertí en una persona dura y estricta como ella.

Dejo de recordar cuando después de las palabras del sacerdote piden que alguna de las hijas hable y nadie puede hacerlo. Todas lloran desconsoladas y yo digo que lo haré.  Al dar un paso al frente vuelvo a ser esa niña de doce años y quisiera que estuviera en otro lugar, pero viva. Y la entiendo, ahora entiendo la vida, ahora entiendo a mi madre. Y solo llega a mi memoria ese poema que le escribí cuando era niña. Y pienso en que tuve 30 años desde ese día para decírselo y no lo hice. Y no les puedo describir esa sensación de soltar todo el llanto del mundo.

            Ella es una mujer valiente

            Ella es una mujer luchadora

            De corazón fuerte

            Con un beso en la frente

            Nos dice que nos ama

            Ella es una mujer admirable

            Ella tiene la belleza de la luna llena

            Ella es mi madre

Termino de decirle su poema, que le escribí hace 30 años y recuerdo que alguna vez antes de quedarme dormida sentí un beso en mi frente y era ella. Y ahora entiendo por qué tenía que hacerse la estricta con nosotras, no era fácil para ella llevar un hogar y trabajar, no era fácil ser padre y madre. Pero nunca faltaba comida en nuestra mesa, nunca faltó ropa limpia y somos unas mujeres de bien. Y si eso no es amor no sé qué será.

Tomás Galicia

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