Publicada Julio 2019 Edición 140

Los burros padecen una inmerecida mala fama. Decir que alguien “es un burro” equivale a considerarlo como una persona tonta. Un cliché en las escuelas era ponerle “orejas de burro” a los malos alumnos, que no daban las respuestas correctas a las preguntas de los profesores. Se trata de una muy mala prensa para estos équidos, una que realmente no merecen, a la luz de los beneficios que han aportado a la humanidad desde que fueron domesticados, hace unos siete mil años, en el norte de África.
Momento conversa con Judith García González, encargada de la empresa Tecnoagropecuaria La Esperanza, ubicada en Españita y que en los hechos es una suerte de santuario para burros.
Especie en peligro
De entrada, García González alerta sobre el descenso en la población mundial de burros. Sin citar fuentes, afirma que en 2007 había 500 millones de asnos en el mundo, cantidad que ha descendido dramáticamente en los últimos años.

Una infografía elaborada por la organización The Donkey Sanctuary indica que Etiopía, Pakistán, México y China son los países que concentran la mayor población de estos animales, con poco más de 22 millones de ejemplares. Una nota elaborada por la BBC estima en 44 millones el total de individuos de esta especie en el planeta.
La causa del descenso poblacional de burros se debe, como en muchos otros asuntos, a la medicina tradicional china. En este caso, se trata del ejiao, una “exótica gelatina medicinal” utilizada para tratar la anemia, los cólicos menstruales o la tos. El ejiao se obtiene al hervir la piel de burro. Mezclado con otras sustancias, también se emplea para mejorar el desempeño sexual y la capacidad física.
Sin embargo, el ejiao no se encuentra debidamente validado por pruebas de laboratorio, y su uso sólo forma parte de las prácticas medicinales tradicionales chinas, particularmente de los Han, el grupo poblacional más numeroso de aquel país.
Anualmente, ese mercado demanda al menos cuatro millones de pieles de asno para elaborar dicho gel. Reportes en diferentes países refieren de robos y desollamiento de burros, lo que afecta a las economías comunitarias, ya que privan a las poblaciones de un valioso patrimonio. Los animales sirven como medio de transporte o para las labores agrícolas. La presión ejercida desde China ha disparado el precio de venta, pero también ha fomentado prácticas ilícitas.

Conversión empresarial
En sus orígenes, Tecoagropecuaria La Esperanza se dedicaba a la ordeña de vacas lecheras, para lo que contaba con un hato de 100 cabezas. Sin embargo, los rendimientos eran muy inferiores a los costos de producción, por lo que decidieron cambiar de giro. Fue entonces que comenzaron la elaboración de quesos orgánicos, pero los altos precios dificultaban la venta del producto. Entonces descubrieron el potencial de la cría de burros.
“Cuando mi papá decidió que íbamos a vender las vacas, nos dimos cuenta que en el mercado el burrito estaba muy caro y nos pusimos a investigar el por qué”, explica Judith García. Ese precio alto se debe, en buena medida, a la presión ejercida por la demanda del mercado chino de ejiao.
Sin embargo, los García González optaron por iniciar un criadero de burros, ante las ventajas que ofrece la leche producida por las hembras de la especie.
“Vimos la oportunidad de mejor empezar a entrar en ese tema, porque también empezamos a investigar sobre la leche de burra. Aquí pues no hay, [pero] la leche de burra es muy benéfica en estados como Europa, Inglaterra, en Chile, en España; de hecho ya hasta la toman en hospitales para niños con desnutrición, con problemas severos de espinales. Decidimos mejor dedicarnos a esto”, apunta.
Tradicionalmente, la leche de burra se ha asociado con la cosmética. ¿Quién no recuerda las historias sobre la legendaria reina Cleopatra dándose baños en tinas llenas con este tipo de leche, para conservar la lozanía de su piel? Más recientemente, varias pruebas no del todo validadas refieren que la leche de burra es muy parecida a la materna humana, debido a la presencia de calostros; también se destaca su bajo contenido en grasa y alto en proteínas.

“La leche que tienen las burritas es una leche fluida, y [por esa razón], no tiene bacterias. Ellas no conocen la brucelosis ni la salmonella. Es una leche que se toma cruda, por eso es que no lo podemos tener con otro animalito, para que no nos la contamine. Ayuda un montón para niños con intolerancia severa. Es una leche que les cae perfecta. De hecho, en algunos lugares la utilizan, así como dijeran ellos milagrosa. En hospitales europeos la usan como un complemento”, subraya con mucho orgullo.
Estas características se deben a que las asnas sólo procrean una cría por gestación. Además, comparadas con las vacas, la producción de leche es muy reducida. Mientras una vaca genera hasta 40 litros, una burra apenas aporta un litro. Eso, obviamente dispara el precio. En el caso de Tecnoagropecuaria La Esperanza, comercializan en 432 pesos el litro.
Bajo este panorama, la empresa de la familia García González comenzó a comprar burras, con miras a lograr un repoblamiento y la venta de leche.
Santuario de burros
Fue entonces que recurrieron a un matadero ubicado en el estado de Puebla, donde convencieron a los operadores para que les vendieran a las burras que tenían, empezando con una docena de animales. El proceso fue complicado, ya que los ejemplares se encontraban en condiciones desiguales. Algunas incluso llegaba infestadas de parásitos, lo que representaba un foco de peligro para las sanas.
–¿Qué han tenido que aprender para tener este criadero?
–Pues todo, porque cuando los empezamos a meter no teníamos conocimiento de nada. Todo lo que hemos aprendido, lo hemos aprendido bajo la marcha. Una fundación estaba trabajando con nosotros; ellos también nos estuvieron asesorando. De hecho, hubo un simposium en la Universidad de California en Davis, y ellos se fueron representando la granja. Abordaron el tema de repoblamiento, como el que nosotros tenemos, y la leche de burra, y ganó el primer lugar en el tema, frente a los países que compitieron. Eso fue en octubre del año pasado.
Contrario al estereotipo que se tiene, Judith arguye que se trata de animales

“increíbles, muy inteligentes, muy fuertes y resistentes. De verdad que son grandiosos. Yo estuve investigando mucho, y en países europeos pues se lo comen, porque es muy nutritiva su carne. Ellos, el pastito que pisan, no se lo comen o luego si tienen así su alfalfa y hacen pipí, ¡no se lo comen! Son unos animalitos muy limpios, su carne es muy limpia. Y en países europeos la consumen. Yo no me comería uno de los míos. Casi toda la cecina que se maneja en México está hecha de carne de burro y es la mejor”, abunda.
Ahora mismo se encuentran en trámites para lograr la certificación de inocuidad, para trabajar con ellos. “Ahorita estamos haciendo pruebas, ya la mandamos a analizar para que fuera una leche sana”, aclara. Técnicos de la ahora Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, antes SAGARPA, asesoran a la empresa para que la leche quede libre de antibióticos, medicamentos, y así sea prácticamente una leche orgánica.
Al momento de realizar la entrevista, contaban con 222 ejemplares, incluyendo 176 hembras, 40 crías y seis sementales, cuatro de los cuales tienen nombre: Canelo, Tlacuache, Mechas y Flaco. “Me faltan dos por ponerle”, acota Judith. El hato supera con creces a un proyecto ubicado en Otumba, Estado de México. Se trata de Burrolandia, donde sólo hay 30 animales, aunque se trata de una granja con “fines culturales”.
“Nuestra intención es repoblar, pero con burritas lecheras, para que no seamos los únicos que aprovechemos esa leche, porque aparte, como es muy poquita, la manutención de ellas es un poquito cara, entonces la leche es cara”, asienta García González, quien precisa que erogan al menos 15 mil pesos a la semana para la manutención del proyecto.
–¿Cuál es su rutina?
–Lo primero que hacen los vaqueros es llegar, damos un recorrido de que todas las burritas estén sanas, que no haya una que se haya enfermado. Después, ya que nos cercioramos de eso, se van al potrero. Eso es como a las diez de la mañana; para las tres, cuatro de la tarde, regresan, y en el curso que ellas están en el potrero, a nosotros nos da tiempo de limpiar y de que les preparen sus alimentos, para que cuando ellas lleguen, lo hagan directo a comer. Los trabajadores se van como a las seis de la tarde, y llegan los veladores y ya. Son siete personas.

–¿Cuál es tu trabajo en la granja?
–Aprender. Porque cualquier cosa de que los animalitos estén enfermos, yo ya tengo que tener el conocimiento para diagnosticar y medicar.
–¿Han tenido problemas?
–Al principio, por la inexperiencia, nos llegaban burritas que venían llenas de lombrices. Entonces, ellas, al defecar, de eso se hace muchísimo, me contagiaban a muchas. Hay que estar dándose las vueltas para que tú te des cuenta de que no haya en el piso, aparte de que cuando es temporada de azotadores, pues ellos se comen la yerba y no se dan cuenta y hay que estarles revisando que no tengan las espinas en la boca, porque si no les hace daño. Me han abortado por eso, por los azotadores, entonces hay que estar pendientes de que no haya algo, que ellas puedan comer y les haga daño.
–¿Qué te ha dejado la decisión de iniciar la granja?
–Para iniciar mucho orgullo, porque son unos animalitos muy nobles, y a los que podemos rescatar, porque sí ahorita para el año pasado quedaban 300 mil burros, me han contactado coyotes, porque están interesados en ellos, pero por la piel, porque los quieren para matar. Me decían que en África también ya se están extinguiendo. Al paso que van, pues sí es una buena opción que volvamos a repoblar. Es tardado, porque cada una se tarda un año de gestación, y aparte seis meses para que pueda entrar en calor. Para que tengamos una cría es casi casi año y medio. Y aparte un montón de conocimiento. Aprendes a valorar un montón. A valorar, a valorar, aprovechas ahorita hasta el pasto, aprovechamos todo. No queremos que se desperdicie nada.
“Nosotros le damos raicilla y pacas. Los potreros está sembrado pasto y ya nada más que yo vaya va a brotar. Está sembrado pasto y aparte les damos un alimento para caballos, para complementar nada más.
–¿Qué más sigue?
–Queremos hacer nuestra propia raza, pero una raza lechera. Ahorita el proceso va a ser lento, porque dicen que necesitamos por lo menos cinco generaciones para que veamos cuáles son las que son buenas, cuáles son las lecheras. Es cuestión de ir viendo. Es un poco tardado, pero queremos repoblar con burritas lecheras. No queremos una granja didáctica.

–¿Es fácil?
–A veces nos da un poquito de desesperación, porque pues a lo mejor pudiéramos gastar en otras cosas, pero nos tenemos que limitar para poder seguir manteniendo, pero platicamos y lo entendemos. Todos queremos ese mismo fin. No queremos que sea algo nada más para nosotros, sino queremos que sean para nuestros hijos y para los hijos de nuestros hijos. Los únicos integrantes del equipo son mis papás y mis hermanos.
Ese equipo lo forman Juan García García (papá), Virginia González Salazar (mamá), Aline García (hermana), Juan Antonio (hermano) y Leonardo Jesús (hermano).
–¿A qué hora se extrae la leche?
–Nomás se les ordeña una vez al día; cuando vamos a ordeñar se les quita la cría a las burritas y ya al otro día en la mañana se ordeña, pero no se le saca toda la leche, porque no sacrificamos a sus hijos. Nunca, nunca hacemos nada en contra de ellos. Se termina de ordeñar, y si no se consume, va directamente al congelador o al refrigerador.
“En refrigeración te dura sin problema una semana. No se hierve, porque si la hierves pierde propiedades. Te digo que en estos dos años hemos estado investigando y hemos estado mandando a hacer estudios. Si queremos servir la leche, como que se cuaja y pierde las propiedades. En cambio, si la congelamos y la tenemos a menos cuatro grados, no pierde ninguna propiedad y aparte se conserva medio año”.

–¿Qué responden cuando vienen a pedirles que sacrifiquen a los animales?
–Les decimos que no. No, porque sí les interesa, porque de hecho ellos los matan y venden la piel, porque la piel la pagan en dólares y creo que la estaban pagando como en 150 dólares el kilo. Nada más que la gente no sabe, por eso no les dan el valor que debe y aparte la carne la venden.
–¿En cuánto venden un burrito?
–Pues si quisiéramos venderlos, no en menos de seis mil pesos. Una hembra en no menos de 15 mil pesos.
–¿Cuánto pueden llegar a vivir?
–Bien cuidados, hasta cuarenta años. En los dos años se nos han muerto siete. Sólo dos grandes. Son bien listos. Ellos son capaces de reconocer caminos cuando los sacamos a los potreros, les abrimos las puertas y ellos ya saben que van a salir. Se pone uno de los vaqueros adelante y el vaquero va caminando sin problema y ellos van caminando detrás de ellos. Donde ellos les indican que se metan, ellos se meten. Cuando ya casi va a ser la hora de que regresen, regresan. Son unos animalitos muy listos. Son muy fuertes. Son capaces de arrastrar 350 kilos ellos solos. Son más fuertes que el caballo. Y son así muy dóciles. Un caballo de repente se estresa y ya no.
Yassir Zárate Méndez
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Marisol Fernández Muñoz
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