Una niña atrapada por la ciencia (y lo que hizo después). – Dorothy Crowfoot Hodgkin y la cristalografía

El viernes 30 de octubre de 1964, el diario británico The Daily Mail publicaba el siguiente titular: “Oxford housewife wins Nobel”, mientras que The Telegraph consignaba el mismo acontecimiento de esta manera: “British woman wins Nobel Prize – £18,750 prize to mother of three”.

El “ama de casa” y “madre de tres” a quien se referían ambos periódicos de corte conservador, fiera la científica Dorothy Crowfoot Hodgkin, primera investigadora británica en obtener el galardón más codiciado.

El Nobel de Química concedido a esta sin­figular científica fue “por la determinación de la estructura de muchas sustancias biológicas mediante los rayos X”.

Algunas de esas “sustancias biológicas” eran el colesterol, la penicilina y la vitamina B12, a las que años más tarde se añadiría la insulina.

Para ese momento, mediados de la década de los sesenta del siglo XX, Crowfoot Hodgkin ya era una auténtica celebridad, que había obtenido otros importantes reconocimientos, como la Medalla Real, concedida por la Royal Society, siendo la primera mujer en recibirla.

Más allá de las distinciones, fueron el trabajo, el tesón, el compromiso, la solidaridad y la visión de vanguardia mostrados por Crowfoot Hodgkin en su trabajo de investigación, lo que la había llevado a lograr todas esas distinciones, a la que habría de agregar, en 1965, la Orden del Mérito, “el honor más alto que puede conseguir sobre la faz de la tierra” un súbdito británico. Solo Flo­rence Nightingale había sido la única mujer en recibir tal honor, y eso había ocurrido en 1901.

En otras palabras, hablamos de una mujer excepcional que hizo frente a la cerrazón sexista de las instituciones universitarias británicas, como Cambridge y Oxford, donde estudió y que le pusieron muy complicada su estadía.

Una niña excepcional

Si hacemos caso a las palabras del Dr. Ruy Pérez Tamayo, quien descreía de la vocación, y en cambio argumentaba que “nos gusta lo que hacemos bien”, y no “hacemos bien lo que nos gusta”, porque dicho gusto supuestamente “está predeterminado” y “ya se trae desde el nacimien­to”, bueno, pues aplicando este razonamiento, desde niña, Dorothy gustó de hacer bien muchas tareas relacionadas con la química.

Había nacido en El Cairo el 12 de mayo de 1910, donde se encontraba su padre, el arqueólogo John Crowfoot, quien trabajaba en el Departamento de Educación de Egipto, que en ese entonces era un protectorado británico.

En 1916, los Crowfoot se trasladaron a Sudán, otra colonia inglesa. Para ese momento ya había estallado la Primera Guerra Mundial, por lo que Dorothy y sus hermanas fueron enviadas a Ingla­terra, donde quedaron al cuidado de sus abuelos, mientras sus padres permanecían en África.

Para cuando finalizó la guerra, nuestra heroína ya tenía muy claro a qué quería dedicarse. Para ello, fue fundamental el apoyo y estímulo que recibió de sus padres. Por ejemplo, Molly, su madre, le había regalado el libro Sobre la naturaleza de las cosas, escrito por Henry Bragg, donde el científico británico explicaba los alcances y oportunidades que ofrecía la difracción por rayos X, una técnica que acabó por capturar la atención de la futura científica.

De hecho, durante su formación elemental, Dorothy ya había tenido contacto con cristales de sulfato de cobre, que la habían intrigado y fascinado al mismo tiempo. Molly también le había regalado el libro Fundamentos de bioquímica, que habría de ser fundamental en su orientación hacia esa ciencia.

Los años universitarios

Llegada la hora de la universidad, en 1928 decidió matricularse en Oxford, donde había estudiado su padre; había conseguido una plaza en el Somerville College. Con ello, se convirtió en la primera mujer de su familia en cursar estudios universitarios.

Sin embargo, fue una estancia com­plicada, debido a que había profesores que impedían a las mujeres asistir a sus clases, y cuando las dejaban ingresar, las ignoraban olímpicamente.

A pesar de esa situación, nunca se quejó del trato discriminatorio. Otro inconveniente fue que Oxford carecía de un laboratorio dedicado a la bioquímica, por lo que los primeros estudios que hizo fue en cristalografía y mineralogía.

Terminó sus estudios en química en 1932, obteniendo las más altas ca­lificaciones. Entonces comenzó otro dilema: ¿dónde continuar sus estudios e investigaciones? Fue cuando llegó una oportunidad única.

Los años en el paraíso

John Desmond Bernal era un científico diferente al resto de sus colegas. Para él, lo importante era la capacidad y el talento de sus colaboradores, independientemente si se trataba de una mujer o de un hombre.

Él había sido discípulo de William Henry Bragg, Premio Nobel de Física en 1915, “por sus contribuciones a la cristalografía de rayos X”, área de interés del propio Bernal y donde acabaría destacando Dorothy Crowfoot.

En su laboratorio, instalado en la Universidad de Cambridge, Ber­nal “intentaba descubrir la relación entre la estructura de determinadas biomoléculas y su función”, refiere Adela Muñoz Páez en el libro Sabias. La cara oculta de la ciencia.

El área de interés eran los este­roles, que incluyen al colesterol, las hormonas sexuales y la vitamina D, agrega la misma autora. El terreno que pisaban Bernal y sus doctorandos y compañeros era prácticamente virgen. Casi todo estaba por hacerse.

Fueron años fructíferos para ambos personajes. Como resultado de sus investigaciones, Dorothy Crowfoot abrió un nuevo campo dentro de la difracción de rayos X: la cristalografía de proteínas. De hecho, como apunta Patricia Fara en su Breve historia de la ciencia, la cristalografía es “una discipli­na con un número excepcionalmente alto de mujeres ilustres”. Una de ellas fue Rosalind Franklin, la cristalógrafa cuya célebre “fotografía 51” ayudó a desentrañar la estructura de doble hélice del ácido desoxirribonucleico.

El tiempo que Dorothy Crowfoot pasó en el laboratorio de Bernal fue como estar en el paraíso, ante el ambiente de estímulo intelectual y reconocimiento de las capacidades de los integrantes, independientemente de su género.

Cátedra e investigación

Para 1936, fue invitada a incorporarse al Somerville College, para continuar con sus investigaciones e impartir clases a las alumnas (una de ellas fue la futura primera ministra británica Margaret Thatcher).

Gracias a su tesón, Dorothy obtuvo fondos para habilitar su laboratorio con el equipo necesario, como los di­fractómetros, que instaló en el sótano del Museo de Historia Natural. Ese acabó siendo una suerte de santuario del conocimiento.

Desde ahí emprendió sus estudios sobre la estructura de la penicilina, la vitamina B12 y la insulina; esta última le llevó treinta y cuatro años de arduo trabajo. Se trata de “tres sustancias fundamentales que transformaron la medicina de distintas formas”, resalta Patricia Fara.

Sus inquisiciones en torno a la penicilina permitieron desarrollar “un método de síntesis a gran escala sin tener que depender de un hongo para obtenerla”, consigna Adela Mu­ñoz. De esa manera, se pudo producir este antibiótico a gran escala, lo que ha salvado millones de vidas.

Otro tanto ocurrió con la vitamina B12, cuya deficiencia en el cuerpo humano se encuentra vinculada con la anemia perniciosa. Crowfoot también logró precisar la estructura de esta biomolécula.

Sin embargo, el colofón de su tra­yectoria fue la identificación de cómo se encuentra organizada la insulina. A ello había dedicado más de tres déca­das, lo que evidencia la perseverancia con la que llegó a trabajar.

Espíritu pacifista

Rita Levi-Montalcini incluye a Dorothy Crowfoot Hodgkin en el libro Las pioneras, en el que retrata a las mujeres que cambiaron la sociedad y la ciencia desde la Antigüedad hasta nuestros días.

La científica italiana, Premio Nobel de Medicina, describe a su par britá­nica como “una mujer comprometida políticamente; tomó partido contra el uso de las armas químicas, luchó por la eliminación de las barreras y los límites que impuso la guerra fría en el ámbito científico”.

Crowfoot Hodgkin también for­mó parte del Movimiento Pugwash, instituido por Albert Einstein y Bertrand Russell, y que es “un grupo de científicos y otras personalidades que se manifestaban en contra del desarrollo y proliferación de las armas nucleares”, asienta Levi-Montalcini. Dorothy Crowfoot presidió este movimiento entre 1976 y 1988.

Por si fuera poco, también fundó un par de instituciones (la Hodgkin Scholarship y la Hodgkin House), dedicadas a apoyar en sus estudios a jóvenes de África y Asia, “no en vano, pensaba que todos los estudiantes del mundo forman parte de una misma familia”, apunta Rita Levi-Montalci­ni, a propósito de esta mujer, que a pesar de sufrir las graves secuelas de una artritis reumatoide, que acabó deformándole las manos y los pies, jamás se arredró ni se dio por vencida y a cambio dejó un legado sin par.

Yassir Zárate Méndez

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