Publicación febrero 2008 edición 4

“La mujer es el futuro del hombre”
Un día, el joven y bello hombre compró un alcatraz para adornar su estudio. Los alcatraces son plantas caprichosas, requieren un cuidado especial y sobre todo mucha paciencia. Cuando llegó a casa, le escogió el mejor lugar y se sentó escribir un libro relacionado con las mujeres.
Duró semanas y meses deliberando la mejor manera de hacer la redacción, de describir a los personajes y escoger el mejor de los entornos.
Cuando terminó, se sintió satisfecho. Se acordó de su planta demasiado tarde. Había muerto mientras le susurraba la palabra correcta.
Para muchos hombres, las mujeres somos iguales a una planta. Nos prometen el mundo, el cielo y las estrellas, pero cuando llegamos a casa con él, nos pone en un rincón, nos abandona a nuestra suerte hasta que nos hartamos y nos vamos.
Parece que siempre ha sido así. Muchas de mis amigas prefirieron vivir solas con sus hijos a soportar a un hombre que sencillamente no estaba nunca para ellas. Estas mujeres son exitosas profesionistas que tuvieron que abrirse paso en el mundo de los hombres. No es un secreto que los hombres aman competir, pero detestan ser vencidos por una mujer.
En el mundo de las profesiones, las mujeres se han destacado en casi todos los campos, incluyendo el Ejército y la política. Basta ver en Chile a la presidenta Bachelet o a Patty Solis como jefa de campaña de Hillary Clinton. Mientras que el hombre lidia con los demás, las mujeres debemos lidiar también con nuestro cuerpo y tomar decisiones.
Desde una perspectiva científica, las mujeres estamos históricamente determinadas, reducidas a un espacio de procreación, somos quienes cargamos en el vientre a nuestros hijos, quienes los alimentamos y los educamos.
Las mujeres poseen un doble valor inseparable en el plano sexual: el erótico y el procreador. A su vez, cada uno ha sido estigmatizado y fragmentado por la cultura, que se entiende como “el conjunto de símbolos, herramientas, lenguajes, creencias, costumbres e instituciones de cualquier pueblo, independientemente del tiempo y del espacio… y que sin embargo, es inseparable del proceso histórico de cada pueblo, ya sea por marginalidad o por continuidad” (Lagarde, Marcela, 28).
En el pasado fuimos condenadas a ejercer estas condiciones. Una mujer de éxito se reducía al papel de ama de casa, de madre, de amante esposa. No había amistades salvo la familia, no existía el impulso de superación, de mirar tal alto como mira el hombre. A lo mucho secretaria o empleada. Mi madre fue secretaria durante 20 años y mi abuela la criticó por no estar con nosotros. Le negó el derecho de proveer, de salir al mundo a ganarse la vida y regresar a casa a realizar todos los quehaceres. Las mujeres de mi familia no tuvieron derecho a una educación digna hasta que yo me volví antropóloga. Mi padre cuestionó mi decisión hasta que le entregué mi título profesional. Algunas siguieron mi ejemplo y otras se contentaron con lo que el destino cultural les tenía preparado.
En este sentido, el enfrentamiento entre la condición histórica de la mujer y la condición legal (derechos humanos) está dialécticamente mostrada por los intelectuales.
“No se nace mujer: una llega a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana. La civilización en conjunto es quien elabora ese producto”, apunta Simone de Beauvoir, en El segundo sexo.
Tanto el trabajo como la elección de vida son valores y derechos que apenas están siendo ejercidos. “La condición de la mujer es una creación histórica cuyo contenido es el conjunto de circunstancias, cualidades y características esenciales que definen a la mujer como ser social y cultural genérico. Es histórica en tanto que es diferente a natural…” (Lagarde, Marcela, 77).
Bajo esta perspectiva, la historia del mundo moderno debate si la mujer puede o no elegir o hacer uso de su condición procreadora. Si toma anticonceptivos sería capaz de elegir el momento, mientras que si es violada, tiene un derecho de aborto que no sería capaz de borrar la semilla del ultraje de su cuerpo. Sería señalada o compadecida pero nunca exorcizada, porque desde una perspectiva, el cuerpo de la mujer es el campo de juegos del hombre. Simbólicamente, el poder que ejerce el macho sobre la hembra se ha vuelto más explícito, en términos de la potencia sexual.

Estoy segura que muchas de ustedes han visto el comercial de M Force sobre los condones o las bebidas que potencian la sexualidad. No hace falta ser experto para adivinar que ante ello, la mujer no alcanzará todavía la igualdad del disfrute sexual como el hombre.
Imaginemos un hombre que le cuenta a sus amigos que tuvo relaciones con esa puta que trabaja en la oficina de enfrente, mientras que la mujer le cuenta a sus amigos que algo pasó con su compañero de trabajo. Ante una perspectiva histórica, es socialmente reconocido aquel que posea más mujeres, pero es una transgresión a las buenas costumbres que ella posea más hombres, que ejerza activamente su rol y su capacidad sexual.
En el imaginario colectivo, la mujer debe ser pasiva como las plantas, debe recibir y dar fruto, no dar, no levantarse e ir a buscar, sino esperar ser descubierta. Si reprodujéramos el mismo supuesto en niveles laborales, familiares, sociales y culturales, obtendríamos al ama de casa perfecta, sumisa y pasiva.
Para desgracia de los hombres y fortuna de nosotras, el modelo ha venido cambiando paulatinamente. Hoy las mujeres son mucho más activas laboralmente, trabajan en puesto de alta responsabilidad, y existen madres solteras con la suficiente moral como para no temerle a la soledad.
Inclusive la homosexualidad femenina está siendo aceptada en el modelo familiar, con actitudes y valores más inclusivas a diferencia de la masculina, que no ha logrado superar el modelo del machismo.
Si las mujeres fuéramos sólo una planta, probablemente este mundo sería diferente, porque el hombre no sería capaz de sostener por sí mismo la civilización. No abría cariño pero tampoco educación. Sería una barbarie, una burla, la realidad estaría presa de un sueño violento, sin orden ni capacidad de crecimiento.
Si eres mujer, aprende a ser y vivir con las expectativas propias del milenio. El ser humano tiene la libertad de la elección, así que no tengas miedo, recuerda que “una es más auténtica, cuanto más se parece a lo que soñó de sí misma” (Todo sobre mi madre).
Fotografía: Zitlali González Loo
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